LA ALEGRÍA, la locura incluso, desatada por el triunfo de la selección española de fútbol se ha intentado analizar desde muy distintas perspectivas. Algunos han hablado de banderas -catalanas, españolas- olvidando que dos cosas pueden ser ciertas a la vez. Por ejemplo, sentirse catalán o muy catalán y alegrarse por la victoria de los futbolistas españoles en Sudáfrica. Otros han llamado la atención sobre el plus euforizante de la victoria en unos ciudadanos sumidos en el lúgubre contexto de la política y la economía españolas.
Otra vía de análisis, más elaborada, nos dice que La Roja gusta tanto porque encarna y refleja lo que Zapatero llamaba antaño «la España plural», con un montón de jugadores catalanes y/o del Barça, entre ellos algunos de los mejores del campeonato. España, además, juega bien y bonito, amasa el balón, combina al primer toque, se apoya en la técnica y no se refugia en el juego defensivo, ni, por supuesto, en el juego bronco o sucio. La selección española, construida sobre los pilares del Barcelona, se parece mucho al conjunto que dirige Guardiola. Vicente del Bosque en persona ha reconocido esa deuda. Esa diversidad en la unidad, predican algunos, habría constituido un acicate más a favor del entusiasmo colectivo. La España real, la España de verdad, no la del nacionalismo español excluyente y mesetario, habría emergido por fin para satisfacción de la gran mayoría. Una mayoría extasiada por cómo esa otra España culmina éxitos antes inimaginables. España aplaudiendo a esa España reencontrada, más que nunca equipo y combinado; España aplaudiendo a rabiar, porque no le duele, todo lo contrario, comprende y aprecia que Puyol y Xavi besen la bandera catalana tras superar agónicamente la final.
Esta teoría sobre La Roja y la España plural, sobre la verdadera España, sobre un equipo de fútbol capaz de barrer los prejuicios y odios que muchos se dedican a sembrar sin descanso ni compasión, es sin lugar a dudas una bella teoría. Pero, ¿tiene algo que ver con la realidad, se ajusta a lo sucedido? ¿O es sólo un cuento para deleite y bálsamo de catalanes sentimentales, emocionados por, entre otras tantas anécdotas, las alabanzas de Camacho, símbolo merengue y otrora virtuoso del patadón, al ballet elegante y perspicaz de Andrés Iniesta? ¿Más allá del Ebro, aplaudían y jaleaban a la España de la diversidad o aplaudían y jaleaban a pesar de tanta diversidad y tanto catalán? ¿Qué opina usted?