Escribo estas líneas mientras CiU llena el Sant Jordi, escenario donde el jueves comparecieron Montilla, Hereu y Chacón junto con Zapatero y Felipe González. Ese mismo día, Rajoy flanqueaba a Sánchez-Camacho. No es la primera vez, ni va a ser la última, que la campaña catalana se convierte en una especie de aperitivo, de prolegómeno de la española. Qué le vamos a hacer. Aparte del inevitable aterrizaje de líderes de allende el Ebro, la carrera hacia las urnas se ha caracterizado sobre todo por la falta de tensión narrativa, motivada por la ventaja de Mas en los sondeos y por la manía de la alternativa -el tripartito- de rechazarse a sí misma como opción. Mas ha cumplido sus planes sin cometer grandes errores. Su electorado, que ya estaba motivado, sigue estándolo. Por su parte, Montilla ha sido víctima de una de las campañas menos atinadas que ha hecho el PSC en su historia. Cuando reaccionó, el president lo hizo con ansiedad y constantes pullas a su principal adversario. Su recurso al miedo al independentismo, a la derecha y a los supuestos recortes sociales de CiU no es seguro que haya conseguido despertar a sus potenciales votantes. Encima, no solo no se ha producido la imputación de miembros de CiU por financiación irregular a través del Palau de la Música, sino que hemos asistido a la del jefe de extinción del fuego de Horta de Sant Joan por los cinco bomberos fallecidos, un nuevo y grave contratiempo para el consejero Saura y el tripartito. La citada falta de tensión narrativa ha dado lugar a la aparición de una retahíla de elementos pintorescos y frikis durante la campaña. Desde el vídeo socialista del orgasmo hasta el de Rivera rodeado de gente en pelotas, pasando por los desencuentros de la actriz porno María Lapiedra con Laporta y, mucho peor, el jueguecito antiinmigrantes y antiindependentistas del PP. Esta campaña merece sin duda que se la tache de extraña y rara. Incluso de desconcertante.