Si el debate del 2006 se desarrolló bajo la consigna de todos a por Mas, ayer cada uno se dedicó a lo suyo, a vender con más o con menos tino su mercancía. Pese a estar mucho más solo que hace cuatro años en la defensa del tripartito, José Montilla ha mejorado y esta vez, por ejemplo, no leyó sus intervenciones. Pese a ello, no fue capaz de sacarse de encima la manía de hablar como si ya estuviera en la oposición. Su insistencia en criticar a CiU llega un momento, me parece, que no le beneficia en absoluto.
Artur Mas estuvo, sobre todo, contenido. Sabía que si superaba el debate sin cometer ningún error de bulto, llegaría destacado a la recta final. Por tanto, intentó situarse al margen, relajarse y eludir las encerronas. Estuvo a punto, sin embargo, de pisar la piel de plátano cuando Puigcercós le ofreció apoyarle en el concierto fiscal si luego él hacía lo mismo con la propuesta de referendo independentista de los republicanos.
El republicano estuvo bien. Demostró aplomo y capacidad para colocar sus mensajes. Además, supo buscar la equidistancia -acercamiento a Mas, defensa muy dosificada pero contundente de la acción del tripartito-, receta que tan buenos frutos le dio a ERC en el pasado. A Sánchez-Camacho, agresiva, el tono de empollona sigue traicionándola a menudo.
De los dos debutantes con apellidos que riman, los jóvenes Herrera y Rivera, sin duda, el segundo brilló más. A veces irritante, Rivera combina liberalismo (según lo entiende él) y sus ataques a la defensa del catalán. Herrera sonó muy naif, aunque eso difícilmente va a influir en unos votantes que han demostrado una legendaria tozudez.