Por el momento, a Mariano Rajoy se le ve más puesto en su papel como presidente in péctore que como líder de la oposición. Me ha llamado la atención, por ejemplo, cómo ha desoído a los aprendices de brujo que le exigían que se apresurara a decir lo que fuera ante los micros y las cámaras. Rajoy ha demostrado que puede dominar la ansiedad, administrar los tiempos –pocas cosas más importantes hay en política– y, sobre todo, decidir con autoridad y juicio. En cuanto a los primeros elegidos, ha colocado a dos tipos sensatos al frente del Congreso y el Senado, en cuyas mesas ha querido sentar también a CiU, gesto con destellos de declaración de intenciones que ha completado reuniéndose con Duran antes que con el resto.
Y es justamente a esas intenciones a las que deben estar dándole vueltas el president Mas y sus colaboradores más cercanos. ¿Qué cara poner? ¿Qué gesto ensayar? No pueden despreciar, pero menos todavía repetir los brindis autosatisfechos del Hotel Majestic en 1996.
Tal como están hoy las cosas, que están peor que mal, el Govern y las administraciones locales catalanas deben evitar que el PP los ahogue más aún. Necesitan que llegue el dinero, y pronto. Los muchos millones que el Estado le debe a Catalunya, y, a poder ser, unos cuantos más. Asimismo, los populares deben tener el valor y la honestidad de abordar el problema del insoportable déficit fiscal catalán. En sentido contrario, pero sin salirnos de lo económico, a Rajoy le conviene que CiU apoye la batería de duras medidas que va a tomar. No por aritmética, sino, digámoslo así, por estética. El respaldo de CiU otorga un plus simbólico de solvencia, centrismo y modernidad que al PP le vendría muy bien. Andar del brazo del nacionalismo catalán ayuda a dar confianza: a los mercados, a la sociedad. Y la confianza es el talismán, el abracadabra que ha de ayudarnos a salir de la crisis.
CiU sabe muy bien que el PP no gusta a su gente, a la que milita, a la que vota. Y, por tanto, hará bien en señalar a los populares –y estos en aceptarlos– los límites que los nacionalistas no quieren ni pueden rebasar. Unos límites que, a su vez, solo podrán ser protegidos eficazmente si Govern, PSC y ERC dialogan y llegan a acuerdos en Catalunya. En cuanto a esos límites: el PP ha de reprimir la tentación de, por ejemplo, exigir consellers en el Ejecutivo catalán, y retrocesos en áreas sensibles como son la inmersión o, en general, las políticas a favor del catalán. Mascarell estuvo bien al colocar el lunes esta baliza en su conferencia-coloquio en Primera Plan@, el foro de opinión de EL PERIÓDICO.
Recapitulemos: el president Mas debe negociar con el Partido Popular sobre economía, sobre la cartera. La bandera, sin embargo, no puede ni soltarla ni esconderla.