Andreu Mas-Colell recuerda a Tornasol, el amigo del intrépido Tintín, pero, eso sí, con unos cuantos kilos de más. Es un hombre discreto, de oratoria más bien roma. Como Tornasol, es un sabio, en este caso un sabio de carne y hueso, y mundialmente respetado. Dicen sus amigos que de haberse quedado en EEUU iba para premio Nobel. Mas-Colell, tras media vida en el extranjero, no está acostumbrado a según qué cosas. Así es que el martes el hombre estalló. No se puede hacer otra cosa que comprenderle. En pleno combate por intentar cumplir con el compromiso de ahorrar el 10%, va el Gobierno español y le comunica que ya puede irse olvidando de recibir lo que esperaba recibir. Que Madrid no va a transferir ni el dinero del fondo de competitividad, ni el dinero para compensar el gasto ocasionado por decisiones del Gobierno central, ni la propiedad de los edificios públicos que la Generalitat reclama. Ni un euro, vaya, lo que supone que el recorte catalán debería ser de más del 20%, esto es, entre 5.500 y 6.000 millones. Una auténtica locura. Mientras tanto, el PSC, que, como suele ocurrirle, está atrapado entre Catalunya y el PSOE, intenta ponerse de acuerdo consigo mismo sobre qué le conviene decir para salir lo menos mal parado posible del choque entre el Gobierno catalán y el español. No hay que perder tampoco de vista que el PSC vive estos días volcado en la próxima cita del 22 de mayo, elecciones en las que se la juega en un montón de pueblos y ciudades, empezando por Barcelona. La verdad es que a Mas-Colell –como al president, Artur Mas– no solo le sentó mal lo del Ministerio de Economía. También otra cosa: el comportamiento de los socialistas catalanes en la cumbre anticrisis de hace una semana, que en el Ejecutivo atribuyen a «mala fe» combinada con el marasmo interno en el PSC. «Allí no se sabe quién manda», dicen los nacionalistas. Y añaden que, de saber que Joaquim Nadal y José Montilla arremeterían con tanta saña contra el Govern, no habrían bajado tantísimo el listón de las medidas económicas con el fin de lograr acuerdos con la oposición. Mas-Colell estalló, además, porque sabe que Elena Salgado avaló públicamente las cuentas del tripartito a solo cuatro días de las elecciones del 28-N que convirtieron a Mas en president . Y sabe que el Govern de Montilla dejó un agujero que no solo incumplía todos los límites fijados, sino que era el doble de grande de lo que les dijeron en el traspaso de poderes. Naturalmente, sabe también que hoy por hoy muchas autonomías siguen gastando y maquillando sus cuentas porque en mayo hay elecciones. Y, por último, sabe que el déficit fiscal de Catalunya –riqueza que se va para no volver– representa alrededor del 10% del PIB del país. Por eso