Los presupuestos del 2011 pasaron el miércoles en el Parlament su primer examen gracias a los votos afirmativos de CiU y Joan Laporta y a la abstención del PP. Los populares de Alicia Sánchez-Camacho se han convertido, pues, en aliados de facto de los convergentes. Estos últimos se mostraron contentos y agradecidos; los primeros, también. En el interior del Parlament las cosas se desarrollaron sin sorpresas. Todo lo contrario de lo que sucedió fuera, donde una horda de desaprensivos agredieron de diversas formas a miembros del Govern, diputados, trabajadores de la Cámara y periodistas. Las imágenes de Artur Mas y Núria de Gispert surcando el cielo en helicóptero y la cruz negra en la gabardina de Montserrat Tura son ignominiosas y dañan el prestigio de Catalunya. Tras llegar a la Generalitat, CiU tenía claro que debería apoyarse en el PSC o en el PP para poder avanzar ante las enormes dificultades que se alzaban ante sí. La investidura la pactó con el PSC, pero luego las cosas se fueron torciendo, en gran medida a causa de los reproches, fundados, sobre cómo el tripartito administró las finanzas de la Generalitat –algo que ha irritado gravemente a José Montilla– y el reciente descalabro socialista en las municipales. Por otra parte, es cierto que CiU no ha querido renunciar a suprimir el impuesto de sucesiones –la prenda elegida por el PSC– y que tampoco estaba dispuesta a cambiar sus planes presupuestarios, entre otras cosas porque el margen es estrechísimo, porque muchas partidas del 2011 o se han gastado ya o están comprometidas. Pero para CiU lo que está ocurriendo tampoco parece bueno. En primer lugar, porque toda fuerza política en el gobierno necesita en la oposición a un interlocutor sensato y con vocación institucional con el que dialogar y colaborar, más aún en tiempos tan agitados como los que corren. Además, si el PP alcanza la mayoría absoluta en las generales, para CiU resultará de vital importancia poder contar con el PSC para no quedar fatalmente atrapado y a merced de Mariano Rajoy y Camacho.