Poco a poco en el PSC las cosas se van decantando de forma bastante ajustada a los planes de José Zaragoza con la aquiescencia del expresident José Montilla . La candidatura apadrinada por el primero y apoyada por su extensa red de contactos e influencias va cogiendo fuerza, con lo que –salvo sorpresas que nunca hay que descartar– no parece que a Pere Navarro pueda escapársele el congreso previsto para dentro de unos días. En paralelo, los partidarios de un PSC más catalanista disimulan o se reúnen en torno a Àngel Ros . Estos y no otros son los dos polos con mayor entidad dentro del partido.
De entre el resto, cabe destacar a Miquel Iceta con su candidatura a favor del consenso y la integración, que algunos pueden entender como una invitación a seguir como siempre. Veremos qué hace al final, aunque es posible que acabe sumándose de algún modo a las huestes de Navarro , ya que una asociación con Ros parece tan difícil como la del agua con el aceite. Asimismo, habrá qué ver también cuál es el comportamiento de los llamados obiolistas. En cuanto a la generación joven del PSC, que la hay, lo único que se puede decir es que se esperaba –aún se espera– más de ellos. Cabe suponer que ideas no les faltan.
Abandonemos por un momento los nombres propios, pues son solo parte del asunto. La crisis que sufre el PSC viene de atrás –de antes del primer tripartito– y es de gran calado. El principal reto para el PSC es volver a conectar con la sociedad catalana. No es un reto menor. Precisa para ello el socialismo catalán de personas que lideren con acierto, no lo niego. Pero sobre todo necesita reformular su proyecto en un sentido amplio, que vaya bastante más allá de las propuestas programáticas y también de aliñar con, por ejemplo, más especias catalanistas o izquierdistas los platos del menú. Supone un nuevo lenguaje, otros métodos, otras actitudes y comportamientos. También una distinta manera de entender la organización y cómo dirigirla.
¿Es pensable que todo ello pueda llevarlo a cabo el mismo grupo que dirige el PSC desde el congreso de Sitges de 1994? ¿Es pensable, además, en un momento y circunstancias tan extremadamente complicados, tan amenazadores, especialmente tras las sucesivas y duras derrotas electorales? La lógica conduce a temer que el instinto de conservación, de no arriesgar, no abrir, no cambiar, va a revelarse extremadamente fuerte. Eso lleva al atrincheramiento, lo que supone aislamiento. O sea, lo que menos le conviene a un partido que, según todo el mundo parece coincidir y comentábamos más arriba, necesita volver a conectar, a sintonizar, con una sociedad de la que es parte y a la que debe servir.