La caída libre en que parece encontrarse el PSC debería preocupar a Artur Mas y a CiU y, también, a cualquiera a quien le importe la cohesión y estabilidad del país. El partido, por su propia naturaleza y composición, ha actuado históricamente como puente y airbag en Catalunya, función que solo puede ejercerse con cierta solidez política y electoral.
Existen múltiples factores que pueden explicar lo que le está ocurriendo al PSC. Uno de ellos, en absoluto menor, tiene que ver con la enorme presión interna y externa a la que la actual coyuntura política catalana, dominada por la agenda soberanista, somete al partido.
Así, el martes, en una tertulia televisiva de esas en que la gente se dedica a chillar, se recriminaba al PSOE que, habiendo «controlado» a los socialistas catalanes para hacerles rechazar el derecho a la autodeterminación en el Congreso, hubiera sido incapaz de hacer lo mismo en el Parlament hace un par de semanas.
Mientras, en Catalunya -no lo olvidemos: donde el PSC debe cosechar sus votos- se desataba una auténtica tempestad justo en sentido contrario. Los socialistas catalanes habían rechazado que la Generalitat pueda convocar referendos (recibiendo la competencia mediante el artículo 150.2 de la Constitución, como se hizo con la de control del tráfico) tras haber insistido en el Parlament que «el PSC está con el derecho a decidir libre de los ciudadanos» (Rocío Martínez-Sampere). Los socialistas catalanes se comprometieron entonces a trabajar para que el referendo fuera «legal», algo que el mismo PSC impedía en Madrid al votar negativamente (junto a PSOE, PP y UPyD) a la proposición de ERC.
El PSC se halla en una peligrosa espiral. Intenta soslayar sus contradicciones como puede y va debilitándose a ojos de los ciudadanos, lo que hace que tenga que enfrentarse al siguiente desafío desde una posición aún más frágil, así una y otra vez, como el pez que se muerde la cola.
A estas alturas, y a la vista de que la agenda no parece que vaya a cambiar ni que Mas varíe el rumbo, es más imaginable que nunca que el actual PSC-PSOE dé lugar a dos partidos: uno más catalanista y otro más españolista vinculado al PSOE, algo que supondría el fracaso de aquella aventura política nacida en 1978.
Supongamos, no obstante, que el PSC resiste y sigue siendo un único partido. No debería renunciar a volver a ser la gran fuerza de centroizquierda de Catalunya, para lo cual tendría que recuperar a sus exvotantes, que hoy están apostando por otro partido o por la abstención. Un asunto distinto pero muy relevante es si los antiguos electores del PSC siguen aún donde estaban. O sea, que bien podría suceder que buena parte de aquellos ciudadanos haya cambiado de ubicación y perdido el gusto por la receta tradicional.