Converso con unos profesores universitarios valencianos que sienten una viva curiosidad por lo que está sucediendo en Catalunya. La conversación tiene lugar en Castellón poco antes de las elecciones del 25 de noviembre. Quieren saber mi opinión sobre los motivos que estarían tras el auge del soberanismo. Me cuentan que en el País Valenciano se ha extendido la idea de que lo que impulsa el independentismo es la terrible crisis que azota España, y añaden que eso está llevando a mucha gente que siente simpatía por Catalunya a pensar que Catalunya se desentiende, pues al irse abandonaría a los valencianos y al resto de ciudadanos del Estado a su suerte.
Les respondo que no creo que la crisis sea el principal motivo. E intento desgranar mi versión de lo que está ocurriendo, lo que requiere inevitablemente generalizar, que es una forma como otra cualquiera de inexactitud.
Me parece que el problema principal subyacente bajo el malestar catalán es el del respeto. Los catalanes se sienten injustamente tratados y han llegado a la conclusión de que lo que ocurre es que no se los respeta. Por supuesto, no es lo que les gustaría. Quisieran que al menos se entendiera y aceptara lo que son.
Y no se puede alegar que Catalu-nya no se haya explicado. Lo ha hecho una y mil veces. O que no haya intentado hacer pedagogía. Ante los pésimos resultados -hoy las cosas en lugar de haber mejorado están peor que hace 30 años-, caben exclusivamente dos explicaciones: o no se quiere comprender, esto es, existe una total falta de empatía -salvo excepciones, que las hay-, o en realidad sí se sabe qué es y qué significa lo catalán pero no gusta en absoluto, y por consiguiente se insiste en el acoso y la minorización.
Este tipo de actitudes están en la raíz de la constante invasión y laminación competencial, en el ataque reiterado a cualquier política que tenga que ver con la identidad (lengua, cultura, relato histórico y memoria colectiva, proyección exterior), en el empeño en no reconocer el déficit financiero de Catalunya, en la desaforada campaña contra el Estatut, etcétera. Y eso ha llevado al Estado -a sus élites políticas, económicas, funcionariales, judiciales, mediáticas y culturales- a tratar a los catalanes como si no fueran ciudadanos españoles de pleno derecho, a considerarlos algo ajeno, un cuerpo extraño molesto e irritante. No se acepta lo catalán como un patrimonio común que hay que cuidar y potenciar, sino todo lo contrario.
En este sentido, es muy ilustrativo el comportamiento del ministro Wert, quien vuelve a la carga contra el modelo lingüístico de la escuela catalana, pero a quien ni se le ha pasado por la mollera hacer algo -por ejemplo, aprovechando Educación por la Ciudadanía o con una nueva asignatura en su lugar- para que todos los niños españoles conozcan y aprecien las diferentes lenguas, culturas e identidades del Estado.
Completamento de acuerdo Marçal. Rajoy falló en no introducir en su Gabinete a dos o tres ministros catalanes que lucharan por el buen entendimiento entre ambos países. De todos modos Mas se pasó en su campaña electoral y nadie entiende este flirteo con la izquierda. CIU tiene que organizar un encuentro entre sus socios y explicarse. Muchos no votaron y muchos han abandonado el partido. No entiendo como Mas no se da cuenta de ese problema.