La voluntad popular, si es firme y persistente, no puede ser obviada y, por consiguiente, más tarde o más temprano la historia acaba dándole cauce y respuesta. Naturalmente, esto es aplicable al impresionante movimiento cívico a favor de la consulta sobre la independencia. Sin embargo, no puede menospreciarse la trascendencia de la política institucional en un proceso de estas características. La política institucional debe ser capaz de orientar y encauzar adecuadamente la voluntad popular, pero también ha de optimizar esa fuerza, convertirla en hechos constructivos.
Soy de los que piensa que, en este sentido, los resultados de las elecciones del 25 de noviembre no fueron positivos. En lugar de dársela restaron fuerza al liderazgo de Artur Mas , quien había pedido una mayoría «excepcional» que permitiera, justamente, convertir en capacidad política las reivindicaciones confluyentes en la manifestación del Onze de Setembre.
Ayer la articulación política de esa reclamación del derecho a decidir sufrió un nuevo traspié, pues, a pesar de que 107 diputados del Parlament defienden que el pueblo catalán pueda pronunciarse, no hubo acuerdo para votar conjuntamente una declaración en ese sentido.
La actitud de los diputados de la CUP deja patente que existe una distancia notable entre lanzar proclamas y la política real. Pero, por descontado, el gran asunto es el PSC. Las disquisiciones y matices en torno al concepto de soberanía suenan a circunloquio y a excusa, hasta el punto de que es legítimo preguntarse si alguna vez los socialistas estuvieron decididos a dar el paso. El PSC ha conseguido a su pesar ir convirtiendo la ambigüedad característica de todo proyecto con vocación mayoritaria en ininteligibilidad, mientras distintas facciones internas forcejean desesperadamente por el timón de la nave.
Como el tiempo ha demostrado, el PSC se equivocó en el asunto del pacto fiscal y ayer volvió a equivocarse al quedarse junto al PP y Ciutadans. Algunos dicen que lo ocurrido señala el punto de no retorno. Esperemos que no sea cierto y que la actual cúpula aspire a algo más que actuar como la force de frappe de un hipotético PSOE de corte chaconista.
Y si el PSC bordea el abismo, CiU sufre también tensiones internas, aunque por el momento menos preocupantes. Los reproches de CDC de Barcelona a Duran Lleida expresan serias divergencias entre convergentes y democristianos acerca de cómo hay que avanzar hacia la autodeterminación y, también, sobre la meta final a perseguir.
Cualquier minoría nacional en una situación como la de Catalunya sabe que dispone de pocas opciones para conseguir sus objetivos. Para que esas pocas opciones se conviertan en una verdadera oportunidad lo que no puede hacer esa minoría es cometer errores. Menos aún lo que en tenis se llaman errores no forzados, esto es, aquellos no provocados directamente por el rival. Como lamentablemente sucedió con la larga elaboración del Estatut, el catalanismo está empezando a cometer demasiados.