Este no pretende ser un artículo sobre el fondo de lo dicho o hecho en los últimos días por Pere Navarro. No pretende evaluar el qué, sino el cómo, su manera de actuar políticamente en estos tiempos convulsos.
Dos destacados movimientos llevados a cabo recientemente por el primer secretario del PSC me han llamado poderosamente la atención por su carga disruptiva, de cambio brusco. En primer lugar, el máximo dirigente de los socialistas catalanes nos sorprendió con unas palabras en la Cambra de Comerç de Barcelona abogando por el relevo al frente de la jefatura del Estado, es decir, por la abdicación de Juan Carlos I a favor de su hijo. Navarro considera que Felipe puede liderar la «segunda transición» que España, a su juicio, necesita perentoriamente.
Pocos días después, y lejos de arredrarse ante la polvareda levantada por sus manifestaciones, Navarro ordenó a los diputados del PSC en el Congreso votar a favor del diálogo con el Gobierno español para que los catalanes puedan decidir sobre su futuro. Esa votación fue, y no temo equivocarme, histórica. Por primera vez, el PSC desobedecía al PSOE. Se emancipaba. La emancipación, por cierto, descolocó a Carme Chacón, quien, al ausentarse de la Cámara y no emitir su voto, desairó tanto al PSC como al PSOE. La exministra, paradigma del pensamiento táctico, se equivocó del todo. Su insólito gesto en el Congreso, la peor de las opciones que podía haber elegido, estrecha dramáticamente su futuro.
Por su parte, que Pere Navarro se hubiera opuesto anteriormente a la declaración soberanista en el Parlament, tras considerarla incompatible con su programa y al precio de ensanchar las grietas en la organización, otorga un plus de fuerza moral a su desafío al PSOE.
Chacón debería entender, como deberían entender todos los políticos, catalanes o no, que el tiempo de la táctica, de la declaración exprés, de seguir el gastado manual del politiqueo y del cortoplacismo, así como el mezquino qui dia passa, any empeny, han quedado atrás. El tacticismo ya no sirve, al contrario: realimenta la erosión y el desprestigio de los políticos y la política.
Por eso me sorprendió la reflexión de Navarro sobre la Corona. Porque no era previsible ni tacticista, sino valiente y, además, sintoniza con la esencia del ideario del PSC. Lo mismo puede decirse de la votación en el Congreso de la semana pasada. No era previsible (una periodista me comentó maravillada: «Nunca creí que en mi vida profesional viera al PSC votar diferente del PSOE»), ni tacticista (sin duda Navarro se hubiera ahorrado muchos disgustos de no haberse rebelado) y sí coherente, pues el texto votado -una resolución presentada por CiU- encaja perfectamente con la posición que viene manteniendo el PSC.