Justo tras superar satisfactoriamente el debate de política general en el Congreso, Mariano Rajoy recibió una buena noticia: la negativa de Iniciativa a pactar un punto programático con el resto de partidos favorables a la consulta en Catalunya. El no de Joan Herrera, que se ha querido justificar con argumentos difíciles de entender, dejaba muy tocada una operación que, de hecho, era ya un sustitutivo de la idea inicial, esto es, formar una candidatura unitaria para Europa de los partidos que defienden el derecho a decidir (el PSC avala la consulta en teoría, pero la dificulta de facto). Si hoy no se produce una sorpresa, al final, ni candidatura ni punto programático común. Para Rajoy, este tropiezo del soberanismo es positivo en la medida que evidencia la debilidad y falta de determinación del rival. Bien puede entenderse, adoptando esta óptica, que el pacto de la pregunta y la fecha se alcanzó porque no había más remedio –por la presión de la calle y por el colosal ridículo que hubiera supuesto no conseguirlo– y que, en cambio, cuando no se ven obligadas, las fuerzas soberanistas vuelven inevitablemente a lo que es su auténtica naturaleza, esto es, el cortoplacismo, la miopía, la táctica como obsesión. La falta de consistencia del grupo de partidos proconsulta –de la que unos son más culpables que otros–, la, en el fondo, frivolidad que siguen demostrando, no solamente es motivo de satisfacción para Rajoy y el PP, sino también para el PSOE de Rubalcaba y el resto de poderes formales e informales confabulados contra el derecho a decidir de los catalanes. La debilidad del flanco político del soberanismo les animará, sin duda, a multiplicar sus esfuerzos por doblegar al president Artur Mas y hacer que en el movimiento soberanista se imponga el desánimo y el bloqueo. Los altos dirigentes de los partidos que pactaron la pregunta y la fecha de la consulta –CiU, ERC, ICV-EUiA y CUP– deberían saber, por su parte, que, en esta fase, cuando el Onze de Setembre y el 9 de noviembre se hallan cada vez más cerca, es fundamental que uno exhiba fortaleza y determinación ante los partidarios y, sobre todo, ante los detractores. Y la verdad es que, a la vista de cómo van las cosas, es complicado que a las fuerzas soberanistas se les pueda tomar realmente en serio. Por el contrario, los que quieren impedir la consulta demuestran una seguridad pétrea, cuando no una arrogancia insultante. Es como si algunos de nuestros políticos no quisieran enterarse del grave e histórico momento que estamos viviendo. Se comportan como si todo fuera una fenomenal broma, un Carnaval tras el que nos desharemos sin más de máscaras y disfraces y regresaremos tranquilamente a nuestro quehacer cotidiano. A la vida de antes.