Pedro Sánchez, que además es joven y tiene buena planta, serviría para encarnar el papel de protagonista en una de esas películas en que al soldado de las fuerzas especiales lo abandonan tras las líneas enemigas con una misión casi imposible. Insospechadamente, una vez allí al soldado Sánchez los suyos han empezado a bombardearle. Sigue vivo, pero, amén de muy solo, se siente totalmente desconcertado. Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE gracias al apoyo de Susana Díaz y al poderosísimo PSOE andaluz. Substituyó a Rubalcaba, quintaescencia del maquiavelismo pero también de la experiencia política. Sánchez era -en parte sigue siéndolo- un desconocido, pero, en cambio, suponía aire fresco en un partido oxidado y con grandes dificultades de conexión con la sociedad. Ahora, muy poco tiempo después, casi todos los que le ayudaron a convertirse en el número uno del PSOE le han dado la espalda, los socialistas andaluces, los primeros. Y hoy lunes estamos pendientes de que se lance el arriesgado golpe de mano que, según todos los indicios, planea Díaz, una apparatchik puesta a dedo por Griñán al frente de la Junta de Andalucía. La operación no es fácil ni se halla exenta de peligro. Se trata de avanzar las elecciones andaluzas al mes de marzo, es decir, para antes de las autonómicas y municipales de mayo y también de las catalanes de setiembre y las españolas. Si Díaz sale airosa de los comicios andaluces y luego también de los municipales en su región, podrá apartar fácilmente a Sánchez de la candidatura a la Moncloa, si es menester a través de unas primarias que no tendrían color. Si la jugada funciona, el PSOE, por su parte, habría ganado una batalla ante el PP y ante el inquietante Pablo Iglesias y, tal vez más importante, la iniciativa política. Desde Catalunya, donde el cuadro es peor para los socialistas que en el conjunto de España, se observan estos movimientos con temor. El control que ejerce la federación andaluza sobre el PSOE es muy mala noticia para los socialistas catalanes. Se ha roto en el socialismo cualquier posibilidad de equilibrio. Quizás nunca el PSC había contado tan poco. La federación andaluza manda, por supuesto, no por casualidad, sino por historia (Felipe González y Alfonso Guerra), por el peso demográfico de Andalucía, por afiliados y por resultados (es la única autonomía en que nunca ha habido alternancia en el poder). Díaz es la primera en tenerlo claro. «El PSOE es un instrumento al servicio de los andaluces», señalaba hace unos días. Por si fuera poco, igual que se equivocó apoyando a Chacón, algo que le pasó luego factura, el PSC corre el peligro de quedar otra vez fuera de juego, pues ha abrazado calurosamente a Sánchez. Si el drama shakesperiano arriba resumido acaba con nuestro soldado hecho una piltrafa, el PSC deberá pagar su nuevo paso en falso, algo que le acercaría un poco más a la irrelevancia.