Raül Romeva, exeurodiputado, anunciaba a principios de este mes que abandonaba Iniciativa. El motivo es que en la convención nacional de Iniciativa per Catalunya-Verds, reunida en Sabadell, no se había apostado de forma diáfana por la independencia. Los argumentos de Romeva (recogidos en el texto ‘Carta a les amigues i amics d’ICV’) me parecieron sinceros y comprensibles.
La crecida independentista de los últimos años y los cambios en el mapa político consiguientes han desorientado a Iniciativa. El debate soberanista no es su fuerte; su especialidad es el pim-pam-pum entre izquierda y derecha. A la dirección le incomoda sobremanera que la agenda catalana se haya visto copada por el debate sobre la autodeterminación y la independencia. En la cúpula hay opiniones y posturas discrepantes y, más trascendente, también entre los afiliados y los votantes. ICV está dividida ante la interrogación binaria independencia sí-independencia no.
Por ello, y, ya digo, entendiendo perfectamente la posición de Romeva, no soy de los que consideran un desastre la hoja de ruta acordada por Iniciativa, esto es, una Catalunya soberana -libre para decidir su futuro- confederada o asociada con una España plurinacional. Un pacto de igual a igual. No voy a contribuir, por tanto, a anatemizar a los de Herrera y Camats por este asunto.
Otra cosa es que el objetivo fijado en dicha convención de la fuerza poscomunista me parezca pura utopía. Una utopía más utópica que la independencia, pues resulta enormemente complicado imaginar que las actuales élites españolas -políticas, económicas, mediáticas, intelectuales, etc.- se avengan siquiera a hablar de un planteamiento de esas características. Por su conducta hasta ahora, parece que prefieren arriesgarse a perder un pulso sobre la independencia que a dialogar con Catalunya.
De hecho, la propuesta de ICV tropieza con el mismo problema que cualquier otra propuesta de ‘tercera vía’. Esto es: España -la España que ordena y manda- no está dispuesta a ofrecer nada a Catalunya. Y, de hacerlo sería como mucho una estratagema meramente táctica, lejos del mínimo aceptable o que permita empezar a trabajar.
La paradoja consiste en que, en este contexto, cualquier ‘tercera vía’ tendrá opciones solo si el independentismo gana intensidad y las élites españolas acaban no teniendo más remedio que buscar el pacto como mal menor. La posibilidad de una entente depende, pues, de que el independentismo siga creciendo. Ese es el porqué que explica el independentismo táctico, conformado por aquellos que, aun prefiriendo un acuerdo con España, apoyan la independencia, sabedores de que es la única manera de lograr que las élites españolas se sienten a negociar.