Tras la constitución, el sábado, de los gobiernos municipales, en el horizonte político destaca la fecha del 27 de septiembre, una elecciones trascendentales para Catalunya. Elecciones que serán plebiscitarias porque, como ha señalado el president Artur Mas, el Gobierno español ha hecho imposible otra alternativa. La cita se prefigura como la contienda entre dos polos políticos. Por una parte, el soberanismo, al frente del cual se situarán Mas y su lista de país (la candidatura aún no tiene nombre oficial). Por la otra, la izquierda radical, la que ha conseguido convertir a Ada Colau en alcaldesa de Barcelona.
La lista de Mas aspira a generar una robusta ola de adhesiones. El president –sobre quien pesa, no lo olvidemos, una querella por la consulta del 9-N– plantea lo que es, en realidad, un doble plebiscito: sobre la independencia y sobre su persona. Para vencer, forma parte de su estrategia superar por elevación a los partidos e incorporar representantes de la sociedad civil. También es de esperar que flanqueando a Mas veamos a personas de la izquierda política y social, pues el afán es encarnar la transversalidad, ocupar el centro y ampliar al máximo las fronteras tradicionales de CiU.
La izquierda indignada se empleará a fondo para ganar uno solo de los retos que plantea el presidente de la Generalitat: justamente el que trata sobre su futuro. Tiene un objetivo claro, que se resume en tres palabras: «echar a Mas». Volveremos pues a oír insultos del tipo «mafia», «ladrones», etcétera, que tan eficaces se han revelado contra Xavier Trias. («Ese odio contra Mas es el que vamos a usar contra él en la campaña», adelantó en su día la secretaria general de Podem, Gemma Ubasart ).
No creo que la izquierda llamada alternativa entre a fondo en la pelea entre independentistas y unionistas. Que Colau anunciara –inteligentemente– que estará el Onze de Setembre en la Meridiana lleva a pensar que optarán por la ambigüedad en esa cuestión, que no es central para ellos.
Otro factor muy relevante lo constituyen Oriol Junqueras y ERC (su geometría de alianzas en los ayuntamientos es vista desde CiU como la enésima deslealtad, amén de como un mal augurio). Parece que ERC resiste mal los reproches por su pacto independentista con Mas y siente la fuerte tentación de integrarse en el conglomerado de izquierdas.
Antes de septiembre habrá que dilucidar también cómo acaba la extraña metamorfosis que está sufriendo el PSC y quién se quedará finalmente con las siglas de Unió Democràtica. Si Josep Antoni Duran Lleida y sus adláteres o el sector independentista que reivindica la historia del partido y la figura de Carrasco i Formiguera . A la hora de escribir este artículo se desconoce la respuesta de los militantes a la pregunta cocinada por los duranistas sobre la independencia, primera gran batalla entre ambos bandos.