Junts pel sí cumplió con las previsiones y se impuso en las elecciones de ayer. La victoria cuenta con el plus democrático de una participación absolutamente récord. Junts pel sí y la CUP, las fuerzas explícitamente independentistas, suman mayoría absoluta de escaños pero no superan en votos a las no independentistas (si consideramos las papeletas de Unió Democràtica, que queda fuera del Parlament). Mientras, los partidarios de una consulta sobre la independencia (todas las formaciones menos PP, PSOE y Ciutadans) siguen siendo una mayoría aplastante. En el bando del no, Ciutadans se ha llevado el gato al agua, con un segundo puesto destacado aunque muy lejos de Junts pel sí. Los de Rivera se han beneficiado de la fuerte polarización y de no haber gobernado y, por consiguiente, de no haber sufrido el desgaste de las formaciones tradicionales. Pero no solamente los resultados van a cambiar las cosas a partir de ahora. También la campaña lo ha hecho. Por de pronto, el unionismo ha tenido que contradecirse a sí mismo y abandonar el mantra de que la independencia es imposible. El enfoque plebiscitario impulsado por el president Mas se impuso rotundamente. PP, PSOE y Ciutafans no solo acabaron aceptando la dimensión plebiscitaria, sino que la alimentaron. En su desesperada campaña del miedo, en la que ha instrumentalizado sin rubor los recursos del Estado para tratar de condicionar el voto, el PP -y el unionismo en su conjunto- ha visto como no pocos de sus argumentos quedaban desmentidos. En caso de independencia, ni los catalanes perderían el pasaporte español y europeo, ni perderían las pensiones, ni el corralito sería un peligro real. El recurso del PP a líderes europeos y a Obama ha internacionalizado definitivamente la cuestión, lo que va bien al soberanismo. En cuanto a los resultados, una consecuencia fundamental es que, por primera vez, el independentismo explícito y decidido a avanzar trasciende las manifestaciones, las encuestas y las votaciones populares. Y se convierte a partir de hoy en una realidad política y oficial en el sentido más estricto del término. Que el partido hegemónico en España se haya visto relegado al quinto puesto en votos (!) es, sin duda, de gran calado político. Igual que lo es que Ciutadans se haya encaramado al segundo puesto de forma clara. Rajoy, o quien gobierne a partir de las elecciones de diciembre, deberá cambiar la absurda dinámica -la amenaza, el insulto, el rencor- seguida hasta ahora. Por su parte, el independentismo debe estar atento a lo que ocurra en esas elecciones españolas y a la actitud del nuevo Gobierno central. En ese campo se perfilan, además, dos tipos de problemas, que añaden complejidad a la situación. Primero, los derivados de las dificultades que tendrá Junts pel sí para asegurar la gobernabilidad. Y, segundo, los propios de hacer avanzar el proyecto independentista sin contar, de momento, con el apoyo de una mayoría ciudadana clara.