Que Artur Mas se convirtiera de repente en expresident de la Generalitat y aterrizara, como quien dice al día siguiente, en Convergència para diseñar el proyecto de cambio o refundación del partido creado en 1974 alteró todos los cálculos y previsiones. Mas está escuchando a mucha gente, de dentro y de fuera de CDC, antes de adoptar una posición definitiva sobre lo que hay que hacer, que no es poco. Por una parte, deberá tomarse la decisión sobre si se opta por un lifting o por levantar un artefacto político absolutamente nuevo (o por un camino intermedio). Por otra, habrá que ver cómo se procede para renovar –lo que no significa echar a todo el mundo– la actual dirección.
En cuanto al partido, están quienes, a pesar de todo, reivindican el «orgullo convergente» y no ven claro, por ejemplo, que cambiarle el nombre al partido, pues lo interpretan como una muestra de debilidad y acomplejamiento. Estamos hablando de un tipo de actitud relativamente extendida entre los cuadros dirigentes y militantes.
En el otro bando están los que, pese a las dificultades que conlleva, apuestan por un cambio profundo. Son los que piensan sobre todo en los electores presentes y futuros. En que hay que ganar elecciones. En este sentido, se halla sobre la mesa de Mas y de la cúpula convergente la posibilidad de congelar la actual CDC para construir desde los cimientos una nueva fuerza política. Esta debería también participar de un movimiento más amplio y de carácter civil. Se trataría de una iniciativa conectada con el espíritu de la Casa Gran del Catalanisme, que cosechó un éxito notable en su misión de tejer complicidades con personas ajenas a Convergència.
Luego están las personas. Si se funda un nuevo partido, es evidente que resultará mucho más sencillo el relevo de aquellos que hayan de ser relevados. No es lo mismo nombrar que tener que sacar primero para poder nombrar después. Pese a la incertidumbre que aún domina el cuadro, a nadie se le escapa, menos que nadie a Mas, que se producirá una lucha por el poder entre distintas sensibilidades y grupos. Esto sucederá, salvo sorpresas, en el congreso previsto para antes de este verano. Aspiran a la secretaría general, que se sepa, Jordi Turull y Germà Gordó. El último tiene menos posibilidades, quizá por eso ha intensificado tanto su actividad, hasta el punto de que parece ya estar en campaña.
Sin embargo, no hay que descartar más aspirantes. Singularmente entre los llamados socialdemócratas quienes, hasta que fue nombrado conseller y optó por borrarse de la carrera por el partido, tenían en Josep Rull a su máximo exponente.
Mas difícilmente apoyará explícita y públicamente a un candidato u otro. Ello no significa que carezca de opinión y preferencias.