C arles Puigdemont está a punto de cumplir sus primeros 100 días al frente de la Generalitat. Llegó impensadamente al Govern tras el chantaje de la CUP para descabalgar a Artur Mas. Durante este tiempo, el peor patinazo presidencial ha sido quizá el burdo episodio de su sucesión en Girona, que él teledirigió. Al margen de ello, ha conseguido pilotar el Ejecutivo sin que se hayan producido percances mayores. Contra lo que podría pensarse, no es poca cosa.
Puigdemont ha sabido sacar partido de la enorme ventaja de no ser Artur Mas, a quien sus adversarios y enemigos, de todo pelaje y condición, consiguieron presentar como alguien que recortaba el presupuesto, no porque no hubiera más remedio, sino porque tiene un alma cruel y neoliberal. Además, le hicieron sospechoso por los líos de la familia Pujol y de los casos de corrupción que afectan a CDC. El tercer factor que le ha ido bien a Puigdemont es que había tenido poca relación –significa que esta no era ni buena ni mala– con Oriol Junqueras y la cúpula de ERC.
Todo ello, y su personalidad, le ha permitido crear un positivo clima de distensión al su alrededor. El Govern, amén de algún chirrido, ha logrado dar la impresión de aparente harmonía. Y ha podido aflojar un poco el nudo de los 18 meses y el nefasto tenim pressa. En esta línea, incluso se ha permitido Puigdemont solicitar una reunión a Rajoy , algo que nadie le ha afeado. ¿Hubiera pasado lo mismo si lo hubiera hecho Mas?
Por supuesto, el president no lo tiene fácil. Ni en el Govern, ni en el Parlament –donde se suceden los despropósitos de la CUP–, ni fuera. La guerra de guerrillas entre CDC y ERC sigue perfectamente activa. Lo vemos, por ejemplo, en la ANC, en los medios de comunicación públicos y, en general, en cualquier sitio donde haya alguna migaja de poder.
La diferencia es que mientras ERC, con Marta Rovira de ama de llaves, es una máquina en funcionamiento, CDC se encuentra sumida en un proceso –sea de refundación total o de reforma– muy complejo y de resultado incierto. Al frente de los esfuerzos por alumbrar una nueva CDC se encuentra Mas , que sigue siendo el líder indiscutible de los convergentes. Sin querer, la CUP le hizo a CDC un gran favor, pues sin el expresident el cambio en el partido nacionalista tenía escasas posibilidades de encauzarse razonablemente. A Puigdemont –que debería dejar de presentarse como un president interino– le conviene mucho que Mas consiga poner las bases de una nueva Convergència potente. A Mas, a su vez, le conviene mucho que a Puigdemont le vaya bien.
Solo si ambas cosas ocurren, si se suman simbióticamente, la nueva Convergència tendrá opciones de plantar cara al conglomerado de izquierdas que se está organizando en torno de Ada Colau.