La creencia general, por ahora hegemónica, sobre las próximas elecciones del 26 de junio es, resumiendo, que no van a darse variaciones significativas en los resultados. Es decir, que va a dibujarse un puzle muy parecido al que produjeron las urnas en diciembre. De hecho, determinados elementos refuerzan tal presunción, como, por ejemplo, el hecho de que las candidaturas sean las mismas o casi las mismas.
No es extraño, pues, que sumidos en una dinámica inercial, los partidos se concentren más en no cometer errores que en tratar de llevar a cabo una precampaña y una campaña novedosas. Se trataría, por buscarle un nombre, del ‘síndrome de la segunda vuelta’. Luego, no es de esperar que veamos cosas muy distintas de las que vimos ante los comicios de diciembre, más allá, por descontado, del cruce de reproches, de echarse ácidamente las culpas unos a otros por no haber conseguido un acuerdo.
El de la repetición de los resultados es, en definitiva, un pensamiento tranquilizador para los políticos y los partidos, pues quita hierro a la cita y aligera la presión sobre sus actos. Se halla en su raíz el supuesto de que repetir un determinado proceso supone conseguir un mismo efecto.
Por consiguiente, el mecanismo que estoy intentando describir se fundamenta en proyectar, consciente o inconscientemente, el pasado en el futuro inmediato. Es también éste un error que se produce en los vaticinios electorales a partir de encuestas. Al tomar el pasado como elemento para intentar prever comportamientos futuros, lo que se hace es dar por hecho que el futuro va a parecerse en mayor o menor medida al pasado. Por eso con frecuencia los sondeos corren el riesgo de suavizar o minimizar los movimientos electorales, sobre todo cuando éstos son bruscos.
Por otra parte, ahora no es como antes, cuando las campañas apenas lograban modificar un poco el sentido del voto: ahora las campañas sí son determinantes, sí se producen notables cambios en los días anteriores a las elecciones.
Señalo todo esto porque creo que no hay que descartar, pese a que la opinión predominante sea la contraria, que los resultados de junio sean diferentes e incluso muy diferentes que los de diciembre. Vaya: no tengo tan claro que los resultados de diciembre y junio vayan a ser siameses.
Pues también puede suceder que la gente no se limite a repetir su voto mecánicamente. Puede que los ciudadanos, o una parte significativa de ellos, vuelvan a pensar, ‘re-piensen’ su decisión de entonces a la luz de lo ocurrido y tomen una decisión distinta. Unos alterando el sentido de su voto, esto es, apostando por una fuerza política diferente. Otros, por ejemplo, absteniéndose, esto es, dejando de votar lo que votaron entonces, lo que también supone modificar los resultados.