Jacques Monod nos enseñó que somos como somos por obra del azar y la necesidad. Ambos nos moldearon y nos siguen moldeando a través del tiempo. Echo mano de la labor del biólogo, bioquímico y Nobel francés con el afán de condensar el último año en Catalunya y, en concreto, lo sucedido en la presidencia de la Generalitat.
No suele ocurrir que uno esté pasando el sábado con sus hijas y lo conviertan en presidente de su país. Eso fue exactamente lo que le pasó a Carles Puigdemont Casamajó. Artur Mas acababa de tirar la toalla. Vencía el plazo y había sido imposible, pese a todo lo entregado, que la CUP levantara el veto contra él (un veto que quedará para la historia como un espléndido tributo al sectarismo).
Puigdemont, presidente por accidente, ha hecho bien su trabajo en un contexto endemoniado, en que, pese a lo prometido y firmado, la CUP, supuestamente más patriota que nadie, no ha dejado de acosar al Govern. Puigdemont se dio cuenta y recurrió, la primera vez que la CUP dinamitó los presupuestos, a la moción de confianza. A la segunda, si se produce, convocará elecciones. Y hará bien.
El presidente de Catalunya ha tenido y tiene una primera prioridad obvia. Esto es, la cohesión de su Ejecutivo, donde conviven lo mejor que pueden PDECat y ERC. Debe asegurar que la nave sigue entera y en su rumbo pese a las tremendas olas, eso sí: procurando que los socios no le tomen el pelo, al menos no en exceso.
No hay espacio suficiente aquí para realizar un balance razonado del año de Puigdemont como ‘president’. Puigdemont es afable y práctico. También tozudo. Buen analista y más listo de lo que algunos quisieran. Artur Mas acertó cuando, mientras se escurría fatalmente la arena del reloj, señaló al entonces alcalde de Girona.
Por su parte, Puigdemont ha dejado bien claro que ni ambiciona ni planea ser candidato a la presidencia de la Generalitat. Ha recibido muchos elogios por ello, algunos burdamente interesados. Autoexcluirse le resulta bastante útil, en la medida que hace menos áspera la rivalidad y facilita las relaciones con el vicepresidente Oriol Junqueras y los republicanos.
La prioridad de Puigdemont ni ha sido ni es el partido, pese a que es cierto que hizo algunos movimientos discretos en el congreso fundacional del PDECat de antes del verano.
El PDECat es un partido en construcción -o en reconstrucción-, con expectativas electorales en mínimos históricos, una dirección capacitada pero joven y diferentes grupos y personalidades forcejeando por sus intereses, muchas veces en menoscabo de la organización. Por si fuera poco, ninguno de los posibles candidatos, incluido Mas -que, por otra parte, va camino de ser inhabilitado-, está en posición de obtener los resultados que garantizaría el cartel de Puigdemont.
Sin embargo, el ‘president’ -a quien es cierto que su partido no puede exigir nuevos sacrificios- debería abrir el foco y, al menos en su fuero interno, no descartar nada. Pues no sería extraño que las cosas puedan cambiar, y mucho, en las próximas semanas o meses. El viento sopla y el oleaje se alza tremendo, y el destino lo escriben -por medio de la CUP, del Gobierno del PP, del Constitucional o de cualquier otro actor- el azar y la necesidad.