En política rige la ley de la física según la cual la materia tiende a ocupar el vacío, lo que supone que cada vez que un partido o un líder llevan a cabo un movimiento liberan un espacio que otro inmediatamente ocupará. Es complicado, aunque no imposible -se llama ambigüedad- ganar espacio sin liberar otro equivalente. Pero, en general y como suele decirse, cuando uno se cubre la cabeza con la manta, ésta suele dejar los pies a la intemperie. La manta siempre resulta ser corta.
Tengo la impresión de que algo, o mucho, de todo esto le ha venido sucediendo al PSC, que, al final y a base de bandazos y renuncias, ha visto como su espacio político iba menguando y menguando hasta quedarse en muy poca cosa. No hablo aquí de votos -aunque también- sino sobre todo de discurso, de propuestas para Catalunya, en especial en lo que al llamado ‘el problema catalán’ se refiere (y que es, en su mayor proporción, ‘el problema español’).
Hubo un tiempo no hace tantos años en que en el PSC convivían, en cuanto a la cuestión catalana, posiciones y sensibilidades muy distintas, incluso contradictorias. La ambigüedad -propia de un partido con vocación mayoritaria- y el control de infinidad de cargos y posiciones facilitaba la convivencia. Las célebres ‘dos almas’ del PSC, la catalanista y la españolista, viajaban en el mismo cuerpo.
Luego llegó el proceso de elaboración y negociación del Estatut -en Barcelona y Madrid-, la sentencia del Constitucional, Montilla en la manifestación contra la sentencia, las votaciones a favor del derecho a decidir en el Congreso, la renuncia más tarde al referéndum -etapa Iceta- y la alineación -no deseada pero alineación al fin y al cabo- con Ciudadanos y PP para impedir el referéndum.
Hoy el espacio político que administra el PSC es ridículo en comparación al que tuvo. A ello han contribuido, es cierto, otros elementos, como la etapa del tripartito y el surgimiento de una nueva oferta política, la izquierda en torno a Ada Colau y Podemos, a la que no ha dudado en asociarse Iniciativa, el antiguo aliado de los socialistas.
El camino elegido en la presente etapa por el PSC, una vez ‘resucitado’ Pedro Sánchez, pasa por combatir la autodeterminación y promover un vago federalismo, mientras que el PSOE, a su vez, admite la condición de nación de Catalunya, pero sólo nominalmente, es decir, sin que pueda derivarse de ello efecto político alguno. Muy poco para una situación tan tensa y polarizada como la de ahora, a las puertas del referéndum del 1-O, que el PSOE ayudará a reprimir.
Otra cosa es tras la tormenta, según cuál sea su desenlace. Entonces, ¿por qué no?, puede que el PSC tenga un papel relevante que jugar. Quizá amanezca para los socialistas catalanes. Dependerá de si el PP y Susana Díaz, por un lado, y la obsesión anti-catalana, que la mayoría de los medios de comunicación españoles han cebado, por otro, se han debilitado lo bastante.
Y de si el PSC sabe aprovechar la ocasión, claro.