No me cabe ninguna duda: las sucesivas manifestaciones del Onze de Setembre muestran año tras año la mejor cara del soberanismo. De hecho, constituyen el auténtico pulmón moral del movimiento civil a favor de la libertad de Catalunya. Gente de toda edad y condición. Que han venido a la manifestación procedentes de todos sitios. Clases medias y clases populares, sobre todo. Pero lo más valioso, aun siéndolo mucho, no es, a mi juicio, esa diversidad, ni tampoco, aunque resulte lo más llamativo, las impresionantes cifras de participación alcanzadas, que convierten estas convocatorias en algo sin parangón en Europa y el mundo. Ni la capacidad y el talento organizativo infalibles (que la ‘cadena humana’ del 2013 atravesara el Principado de norte a sur no lo creí posible hasta que lo vi).
Para mí, lo mejor, lo más reconfortante, es el espíritu de estas manifestaciones. De cualquiera de las seis que llevamos. Formar parte de ellas, con su ambiente familiar, amable y amigable, es un auténtico placer, una cita presidida por la cordialidad y el buen humor, a la que a muchos acuden junto con sus amigos o sus familias.
Se ha tenido, además, esta Diada un conmovedor recuerdo para las víctimas de la Rambla de Barcelona y de Cambrils. Luego el Orfeó Català ha cantado ‘Els Segadors’ y su música y letra han resonado en la piedra y los cristales de los edificios que rodean a la plaza de Catalunya, provocando un efecto imponente.
Absorber la energía
El ‘president’ Puigdemont, como otros miembros del Govern, también ha estado en la plaza de Catalunya. Se ha situado justo en el epicentro de la reivindicación, como si quisiera absorber la colosal energía que allí se ha condensado.
La mayoría de los hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, que estaban en la calle, se han metido en esto porque han llegado a la conclusión de que las cosas no podían seguir como estaban, que había de cambiarlas. Y porque el Gobierno de Rajoy solo les ha dicho que o renuncian y piden perdón o que se atengan a las –terribles- consecuencias.
‘La revolución de las sonrisas’
Hemos visto de nuevo a la gente contenta, alegre. Justamente fue a raíz de estas manifestaciones que el movimiento civil a favor del derecho de autodeterminación fue bautizado como ‘la revolución de las sonrisas’, un apelativo del que algunos se burlan, y que es exacto.
Sin embargo, esta vez también ha habido un evidente trasfondo de inquietud y preocupación que cada cual llevaba como podía. En la mirada, siempre determinada, de muchos de los manifestantes se intuía que las cosas no son como las otras veces. El Govern, un puñado de miembros del Parlament, centenares de alcaldes, miles de colaboradores se exponen a ser castigados duramente por organizar o hacer posible el referéndum.
Las sombras son densas y nos rodean. Y cada cual, decía, lo lleva como puede. Son muchos los que recurren a la ironía. Como un alcalde comprometido con el referéndum. Al despedirme de él con un “¡hasta pronto!”, replicó: “Hasta pronto… si aún sigo aquí”. Poco después, el saxófono de Pep Poblet entonaba el ‘Que tinguem sort’, de Lluís Llach, y la gente cantaba unida.