Lo que se ha considerado durante meses un dato, como un elemento sobre el que no valía la pena interrogarse, cambió repentinamente hace unos cuantos días. Fue cuando el ‘president’ Carles Puigdemont anunció que estaba dispuesto a competir en las elecciones convocadas por el Gobierno español para el 21 de diciembre. Hubiera preferido Puigdemont encabezar una reedición de Junts pel Sí –con este u otro nombre–, pero ERC, legítimamente, se negó a participar en la operación. Y esta vez resistió las presiones.
Con todo, Puigdemont siguió adelante, lo que obligó a su partido, el PDECat, a apoyarle, a aceptar la situación. El exalcalde de Girona ha acabado de este modo conformando la lista que él ha querido y podido, con algunas aportaciones a cargo de Marta Pascal, que, sin embargo, ha preferido no incorporarse a la ‘llista del president’.
La operación supondrá beneficios electorales importantes para el PDECat –el liderazgo de Puigdemont actuará sin duda como una auténtica hormona del crecimiento–, pero no se le escapa a nadie que supondrá también inconvenientes importantes a medio y largo plazo para el joven partido.
La construcción de una formación política llamada a relevar la antigua Convergència se vio reiteradamente aplazada porque Artur Mas tenía otras urgencias y prioridades. Ahora vuelve a ser el partido el que se sacrifica para servir a la estrategia del presidente que sucedió –por obra y gracia de la CUP– a Mas. Tal vez cuando unos y otros decidan ponerse manos a la obra y trabajar por un PDECat musculado y que ofrezca un proyecto realmente atractivo sea ya demasiado tarde.
El afán por vencer en las elecciones catalanas y los constantes roces y desconfianzas surgidas a lo largo de estos dos últimos años el seno de Junts pel Sí y del Govern llevaron a Esquerra a no repetir la asociación con los ahora exconvergentes. En cuanto a los argumentos de corte técnico a favor o en contra de la coalición electoral, cabe apuntar que ambas fórmulas presentan ventajas y desventajas, que dependen sobremanera del contexto específico en que se produzcan los comicios. Sea como fuere, discutir sobre ello es bastante estéril, toda vez que resulta imposible saber qué hubiera sucedido en caso de que en lugar de la fórmula A se hubiera optado por la B.
Las candidaturas electorales en torno a Puigdemont y en torno a ERC son las menos ortodoxas de la política catalana contemporánea. Asimismo, se parecen entre ellas también más que nunca. Aparte de los candidatos que –en el momento de escribir estas líneas– se encuentran en prisión, en el exilio belga e inmersos en causas judiciales, sobre el resto podría decirse, sin exagerar mucho, que un buen puñado de ellos son intercambiables. Para que se me entienda: es como si en vez de dos listas diferentes, se tratara de una sola lista que ha sido partida en dos. También se podría decir, y se dice, que son listas más pensadas para el 21-D que en el día siguiente, o sea, para gobernar con solvencia un país en un momento delicado.
Es relativamente lógico que sea así. En pocas semanas se ha pasado de declarar la independencia a estar metidos en unas elecciones en las que no solo el soberanismo y el independentismo se lo juegan todo, sino que se dirime crudamente el futuro de la Catalunya construida de 1977 –retorno de Tarradellas desde su refugio de Saint-Martin-le-Beau– a esta parte, una Catalunya que, en manos de PP, Ciudadanos y PSC corre el peligro de verse progresivamente reducida a una pura región administrativa. Porque, que nadie se engañe, el anhelo de PP, Ciudadanos y una parte del PSOE es la folklorización de la identidad, la cultura y la lengua catalanas hasta convertirlas en pintorescas e irrelevantes. Es decir, en un superficial barniz para ellos aceptable.
Estoy seguro de que la pesadilla de una Catalunya en manos de los partidos del 155 es uno de los motivos, probablemente el más importante, que impulsaron a Puigdemont a rectificar y convertirse en candidato. Pese a los inconvenientes a medio y largo plazo para su partido, a los que ya nos hemos referido, la figura del ‘president’ logrará para los exconvergentes una montaña de votos que no hubieran cosechados sin él. ¿Cuántos? Imposible saberlo.
¿Puede la lista de Puigdemont, Junts per Catalunya, derrotar a ERC? Parece realmente difícil, pero no me atrevo a ser tajante. Menos aún cuando me acuerdo de lo que coreaban los cientos de miles de manifestantes –muchos más de los previstos– reunidos en Barcelona el pasado día 11. Sí, han acertado: “Puig-de-mont, pre-si-dent!”.