Regreso al vídeo para observar y oír a Pablo Iglesias reprochar a los independentistas haber despertado, sin querer o tal vez, añade, queriendo, “el fantasma del fascismo”.
La frase, para nada improvisada, presenta diferentes capas de significado. En una primera lectura, la más obvia, aflora la injusticia del reproche. La acusación no es aceptable dadas las consecuencias que para el independentismo ha tenido, tiene y tendrá, la acción, en la calle, en los despachos, de la extrema derecha. La sentencia de Iglesias va más allá de la perversión, tan usada estos días, de igualar a víctimas y verdugos. El líder de Podemos persigue hacer responsables a los independentistas de la ofensiva -real, evidente- de la derecha radical. Resulta moralmente inaceptable culpar a la víctima de los males que padece. Por eso rechazamos, al menos los que nos consideramos gente decente, culpar a la violada por salir a la calle vistiendo minifalda o al negro por aspirar a la igualdad con el blanco.
Pero las palabras de Iglesias implican también la constatación de al menos un par de fracasos. El primero es el fracaso de la Transición española. Fue una reforma, se suele apuntar. No fue, desde luego, una ruptura. Ni tan siquiera, en muchos aspectos, un cambio. Consistió en gran medida en un pacto -injusto, pero que en determinados ámbitos, durante un determinado tiempo, funcionó bien- para que se incorporaran al poder los grupos que habían quedado al margen a causa de la dictadura.
Jordi Pujol solía contar lo ocurrido con una ilustrativa imagen. Tras morir Franco, del autobús del poder se apearon unos cuantos. La mayoría, sin embargo, siguió en sus asientos. Eso sí, una generación más joven pudo aprovechar la ocasión para montarse. Muchos de los que accedieron entonces a los puestos de poder lo hicieron a través del PSOE. Cuarenta años más tarde, todo aquello ha quedado obsoleto. En gran medida porque las clases dirigentes no han sabido adaptarse, no se han puesto al día. Además, confiados de su impunidad, esas élites, situadas sobre todo en la capital de España, se han dedicado a consolidar y a sacar provecho de su estatus, en no pocos casos saqueando los caudales públicos.
El “fracaso” de la izquierda
El otro gran fracaso al que apuntan las palabras de Iglesias es el de la izquierda. El movimiento del 15-M, sobre el que tanta literatura se ha hecho y del que surgió Podemos, no ha conseguido inquietar realmente a lo que Iglesias llama ‘el fantasma del fascismo’. Al fascismo, entendido bien como referencia a determinados sectores de la sociedad española -también catalana-, bien como una cierta mentalidad o cultura difusas, lo que le alarma no son Iglesias y los suyos, sino el soberanismo e independentismo catalán, actualmente el mayor, el más potente movimiento civil y político europeo. Por primera vez se siente amenazado.
Acabo con una pequeña enmienda. No es que Catalunya haya despertado al fascismo, ese viejo enemigo suyo. Como en el cuento de Augusto Monterroso, el fascismo nunca ha dejado de estar ahí, bien vivo, alentando, palpitando, ejerciendo su poder mandara quien mandara, gobernasen los unos o gobernasen los otros.