No es que la CUP se ponga farruca, es que está en la naturaleza del escorpión acabar con la rana, aunque eso suponga la muerte de ambos. Los electores fueron responsables al recortar su representación a solo cuatro diputados. Pero el azar, los jueces y el Tribunal Constitucional han hecho que esos cuatro diputados sigan siendo demasiados. Al haber dos diputados en Bruselas (Carles Puigdemont y Toni Comín) que no pueden votar, la suma entre Junts per Catalunya y ERC queda reducida a 64 representantes, uno menos que los del unionismo (Ciudadanos, socialistas y PP).
Aunque por otros caminos, se reproduce una situación similar a la del 2015, cuando la CUP, pese a los esfuerzos que se hicieron por convencerla, acabó mandando “al basurero de la historia” al presidenciable que los catalanes preferían, Artur Mas. Desde entonces, cuando los anticapitalistas disponían de 10 escaños, hasta hoy, la CUP no ha dejado de condicionar la estrategia y la acción independentistas muy por encima de su representación, con consecuencias nefastas (no todo lo que se ha hecho mal es culpa de la CUP, ciertamente, pero sí que ha sido un factor extremadamente negativo).
Los anticapitalistas tienen nuevamente más poder del que deberían. Y volvemos a lo mismo. La rana sigue a expensas del mortal aguijón. La CUP se niega otra vez a dejar de ser parte del problema para pasar a ser parte de la solución, como recientemente le ha reclamado Junqueras. Los cupaires siguen hablando de implementar y materializar la república, como si la república existiera. Tampoco reconocen la derrota, por otra parte, anunciada, que se produjo tras la declaración de independencia del 27 de octubre.
La propuesta que Junts per Catalunya y ERC ha hecho llegar a la CUP para que colabore recuerda aquella que Junts pel Sí presentó también a la CUP tras las elecciones de 2015. La CUP aceptó entonces aquel documento pensado para complacerla y luego descabalgó a Mas.
A no ser que se produzca un extraño milagro, el independentismo tendrá que encontrar un tercer candidato, tras la renuncia de Puigdemont y la decisión –política y politizada- del juez Pablo Llarena sobre Jordi Sànchez. Un tercer candidato que deberá –si Puigdemont y Comín no renuncian a sus escaños- superar el riguroso ‘casting’ de la CUP, algo que a reduce bastante el número de diputados con posibilidades. La hipótesis de una repetición de las elecciones continúa siendo, diga lo que diga el ‘president’ desde Bruselas, una clara temeridad.
Por consiguiente, el primer objetivo sigue siendo el mismo: elegir presidente de la Generalitat y formar gobierno. Un gobierno que además de nacer, deberá presentar un proyecto claro y realizable. A mi entender, ello no es incompatible, aunque así lo presenten algunos, con el rechazo del conjunto del independentismo a los abusos y tropelías que, en su afán de castigo, venganza y humillación, cometen a diario el Gobierno español y los aparatos del Estado. Gobernar y plantar cara no son vías alternativas. Son, ambas, un deber.