Periodistas y la ‘troupe’ habitual de propagandistas han tratado de cargar toda la responsabilidad de la declaración de independencia del 27 de octubre sobre Carles Puigdemont. Incluso Santi Vila, quien fue persona de confianza del ‘president’, ha apuntado que si Puigdemont no lo hubiera hecho no habría ni artículo 155 ni líderes independentistas encerrados (obviando que los Jordis se hallaban ya injustamente entre rejas). Vila saltó del barco en el último minuto, pese a haber prometido, como hicieron solemnemente y uno por uno todos los ‘consellers’, no hacerlo fuera cual fuera el desenlace.
Son muchos los esfuerzos invertidos en forjar un relato según el cual Puigdemont pudo ‘salvar’ a Catalunya y -por radical e irresponsable- no lo hizo. Un relato que busca también disculpar la injusta y muy dudosamente democrática actuación posterior de Mariano Rajoy y los jueces encargados de perseguir a los independentistas.
Es cierto que el ‘president’ Puigdemont, a día de hoy detenido en Alemania tras el aviso de un grupo de espías españoles que, ilegalmente -aunque nadie parece interesado en pedir explicaciones-, le seguían por Europa, se inclinó, el 25 de octubre ya muy tarde, de madrugada, por convocar elecciones. Pero el ‘president’ cambió de opinión.
La tormenta perfecta
La presión de muchos de los suyos; la amenaza de ruptura de ERC; las redes sociales ardiendo (“¡traidor!”); el terrible tuit de Gabriel Rufián equiparándolo a Judas; los estudiantes manifestándose indignados en la plaza Sant Jaume; la CUP haciendo tronar los tambores de guerra, etcétera. Se desató la tormenta perfecta.
En el frente español, tres elementos más: primero, unas beligerantes declaraciones de miembros del PP, entre ellos García Albiol. Segundo, se impide que Mascarell intervenga ante el Senado, que discute el 155. Acude representando a Puigdemont y la accidentada negativa se produce poco antes de que pueda tomar la palabra. Y tercero: Iceta y el PSOE fracasan en su intento de instalar una válvula de seguridad para bloquear el artículo 155. “Perdóname, perdóname, perdóname. No lo he podido parar”. Así confesó el fracaso a Puigdemont el propio Iceta el jueves 26, tal como cuenta Oriol March en su imprescindible ‘Los entresijos del ‘procés” (Catarata).
Los ‘noes’ de Rajoy
La principal vía de negociación pasaba por el lendakari Urkullu, que se empleó a fondo y dibujó los términos del posible acuerdo. Pero todo se había hecho a través de terceros. El día 26 desde la oficina de Puigdemont se insistió al entorno de Rajoy en que los presidentes tenían, sí o sí, que hablar. Se trataba de que, a cambio de elecciones, Rajoy aparcara el 155. No era lo único, pero sí lo fundamental. Rajoy no quiso ponerse al teléfono, ni hacer una breve declaración pública, ni un comunicado. Tanto es así que se había negado también a reunirse con Urkullu (lo señala igualmente March).
Como escribí en estas mismas páginas el 30 de octubre, Rajoy no hizo nada, no movió un dedo, para detener la declaración del 27. Tenía decidido hacer lo que hizo, que pasara lo que ha pasado.