No es, ciertamente, la Capilla Sixtina, y tampoco tiene chimenea el aséptico salón berlinés donde se reunió ayer el cónclave de Junts per Catalunya. Pero el resultado se pareció mucho a cuando la gente se aprieta en la plaza de San Pedro para saber si un nuevo Papa ha sido elegido. La ‘fumata nera’ –fumata negra– indica que no hay resolución, que no ha habido éxito. Los feligreses suelen recibir entonces la mala noticia con una mezcla de desilusión y ansiedad, mientras de la multitud se eleva un perceptible “¡oooooohhh!
Para una gran parte del independentismo la jornada de ayer fue decepcionante. ¿Por qué?
Catalunya necesita un gobierno. Un gobierno que vuelva a poner en marcha una administración, la de la Generalitat. El Govern, pero también el Parlament, funciona al ralentí. Son infinitos los planes parados, el dinero congelado, las ideas en el fondo de oscuros cajones.
El gobierno del PP traicionó el espíritu y la letra del 155, usándolo como ganzúa para cargarse al presidente y al gobierno catalán, disolver el Parlament, convocar elecciones y, en paralelo, secuestrar la Generalitat. Además, aprovecha para tomar decisiones puramente partidistas, como, por ejemplo, el fulminante degüello de Diplocat -organismo dedicado a proyectar Catalunya internacionalmente-, y emprender una purga de cargos sospechosos de independentismo. Por el momento los ceses, se calcula, llegan a 260.
Tras las elecciones del 21 de diciembre, la justicia y el ejecutivo español han impedido las investiduras de Puigdemont, Sànchez y Turull. El independentismo, con Puigdemont al frente, ha empleado estos meses en mostrar al mundo la iniquidad y precariedad democrática del Estado español.
Catalunya es hoy un actor internacional y la imagen de España se halla -es verdad que no solo por el conflicto catalán- muy tocada, tanto en Europa como fuera de ella.
Sin embargo, no es hora de seguir estirando el chicle, de seguir alimentando la tensión narrativa sobre si habrá o no gobierno. El cansancio es evidente y la incertidumbre se ha instalado como una densa y desagradable niebla en Catalunya.
Quedan poco más de 15 días y la investidura de Puigdemont -el diputado con más apoyos en la Cámara catalana- es imposible. Si para el 22 de mayo no hay presidente, habrá elecciones. Es necesario designar otro candidato, alguien que pueda ser investido sin problemas: hay que activar ya el ‘plan D’.
Repetir elecciones sería una estúpida temeridad; ¿dónde se ha visto que quien ha ganado provoque otra votación? Amén del riesgo para los independentistas de resultar derrotados o de que se complique mucho la aritmética en el Parlament -si la CUP creciera, por ejemplo-, causaría un innegable daño al conjunto de los catalanes y se dispararía la tensión entre el independentismo.
Nos encontramos demasiado cerca del precipicio para seguir desafiando al Estado con la cuestión de la investidura. Cualquier error de cálculo, cualquier imprevisto -que pueden ser muchos- puede empujar a Catalunya de nuevo a las urnas. Hay que dejar de jugar al gato y al ratón.