Ernest Maragall, el hermano pequeño que siempre pareció ser el mayor, es el favorito, aunque seguido a cortísima distancia por Ada Colau, en la carrera por la alcaldía de Barcelona, tal como señala el último sondeo realizado por GESOP para este diario. Cuando los de ERC eligieron a Ernest Maragall escribí que no me parecía el mejor candidato del mundo. En sus años de escudero de Pasqual se ganó fama de seco y brusco, de hombre de escasas habilidades sociales y menos empatía. Era Ernest, en definitiva, el policía malo, la otra cara de la moneda.
Pero también era la lógica cartesiana, el cálculo maquiavélico, el contrapeso a la creatividad burbujeante y a veces excesiva de su hermano alcalde. Cuando la imaginación de Pasqual se elevaba hacia las nubes, él mantenía los pies en el suelo. Uno era la poesía, el otro, la prosa. Su papel fue un papel ingrato con el que, sin embargo, cumplió a rajatabla por fidelidad no al socialismo o a una ideología concreta, sino al sonriente y fotogénico Pasqual. Le sirvió abnegadamente, batallando contra los adversarios de fuera y de su propio partido.
Veremos si el alcaldable de ERC consigue el domingo la vara de alcalde que poseyó Pasqual entre 1982 y 1997. Por supuesto, nada está hecho, nada está escrito. Colau es un temible adversario -que se lo pregunten, si no, a Xavier Trias-, capaz de derrotar a quien sea. La alcaldesa ganó en 2015 contra pronóstico y puede imponerse ahora otra vez.
Ernest es mucho más que el hermano de Pasqual. Está haciendo una buena campaña. Sin ser la alegría de la huerta, no solo conoce a fondo Barcelona, sino que también posee una mente estructurada. Está demostrando por qué Pasqual confiaba tanto en él. Le ayuda, y mucho, la ola a favor de ERC, una ola que ha de llevar al partido de Oriol Junqueras, pase lo que pase, a avanzar hacia la ambicionada hegemonía en el campo independentista y en el conjunto de la política del país.
Desprende un cierto aroma hamletiano que Ernest vuelva por los fueros de Pasqual, y que lo haga enfundado en la camiseta independentista. Una ironía, y un ajuste de cuentas con los que en el PSC nunca los tragaron. Asimismo, Ernest simboliza de algún modo el desgarre de su antiguo partido, su escisión. Aquella alma más catalanista del socialismo, y un Maragall precisamente, se halla de nuevo a las puertas de la alcaldía casi treinta y siete años después.
Han apuntado algunos sobre Ernest que ser un Maragall, apellido convertido con el tiempo prácticamente en una ‘marca’, le va bien. Seguramente. Como le favorecen también los elogios acríticos que un puñado de sus competidores han hecho de la etapa de Pasqual en el Ayuntamiento de Barcelona. ¿Quién mejor que él puede reivindicar esa época supuestamente dorada y sin mácula?
Esgrimir su edad, 76 años, como ha hecho una candidata, para intentar que los barceloneses desistan de confiar su voto a Ernest Maragall parece un argumento, si así puede llamársele, pobre y que no hace más que señalar falta de ideas e impotencia. Además, claro, de un endeble sentido de la cortesía.