Vamos dejando el verano atrás y nos damos cuenta de que, como antes, seguimos muy dentro del túnel descorazonador de la política catalana y española (por no mencionar la europea y mundial). Un túnel oscuro, en el que lejos de intuirse la salida, las sombras se hacen cada vez más densas.
Se acerca la sentencia del ‘procés’ -que no será amable, sino lo contrario- mientras el independentismo sigue abismado en sus propias y clamorosas contradicciones, nacidas de la incapacidad de los políticos y las entidades de compartir un análisis de los hechos y un mapa estratégico con el que guiarse y guiar.
El embrollo, los codazos malintencionados y los mensajes contradictorios no cesan, lo que es debido, en parte, a que los líderes principales están en la cárcel o en el extranjero, y a la poca capacidad -y a la capacidad limitada- de los que están libres y en teoría pueden actuar.
Simplificando al extremo, mientras algunos creen que el otoño del 2017 fue una casi-victoria y que Catalunya se halla a unos cuantos metros de la cima, por lo que hay que apretar los dientes y acometer el último tramo, otros estiman que, tras el fracaso del 2017, el independentismo debe dialogar mucho, trabajar con inteligencia, recuperar fuerzas y esperar. Lo fundamental, sumar más catalanes al soberanismo.
La única salida seria y democrática para el problema catalano-español pasa por devolverlo a la esfera de la política, de donde nunca debiera haberse sacado.
Pero esto parece hoy mucho más lejos que antes del ciclo electoral que se inició el pasado 28 de abril. Pedro Sánchez reclama a la derecha que le apoyen para no tener que buscar el voto de los que quieren “romper España”. No solo eso: es previsible que, de ser elegido presidente -da igual si ahora o tras unos nuevos comicios- intente excluir el tema catalán de entre las grandes prioridades y siga soslayando su enorme carga política.
Al líder socialista ni se le pasa por la cabeza retomar el diálogo. Al contrario, va a actuar, a la postre, de forma no muy diferente a Mariano Rajoy y seguirá dejando la cuestión independentista fundamentalmente en manos de jueces y policías.
Progresivo ahogamiento
Socialistas y la derecha -PP, Ciudadanos, Vox- comparten la convicción de que, básicamente, el independentismo ha sido derrotado y que, por consiguiente, pueden ahorrarse pactos y concesiones. La idea es dejar que el independentismo se cronifique mientras se procede a su progresivo ahogamiento (la conllevancia queda descartada).
En el caso de repetición de elecciones en España, lo que resulta probable, no hay que descartar el encumbramiento de un Gobierno de derechas con Pablo Casado como nuevo presidente. La diferencia entre las derechas y los socialistas se halla en la dureza del castigo, del escarmiento, del tipo de venganza, que piensan que hay que aplicar.
El túnel, decíamos al principio, es oscuro. También confuso y amenazador. E ignoramos su salida, desconocemos incluso si la hay. Tampoco nada hace intuir la entrada de algún rayo de luz, aunque sea tímido, pálido, modesto.