Si en los últimos años Catalunya se ha ido desplazando políticamente hacia el independentismo y hacia la izquierda, lo que amenaza con confirmarse dentro de unos días en la Comunidad de Madrid es justo lo contrario: se convierte en cada vez más españolista –un determinado tipo de españolismo– y de derechas –un determinado tipo de derechas–. Con mucha probabilidad, el próximo 4 de mayo por la noche Catalunya y Madrid, Madrid y Catalunya, también sus capitales, estarán más distanciadas que nunca.
Las sensibilidades mayoritarias en ambos lugares habrán alcanzado para entonces su punto máximo de separación, de alejamiento. Se hallarán casi en las antípodas. Consiguientemente, la tensión aumentará sin remedio, más aún porque el impulso y el proyecto de Isabel Díaz Ayuso no se limita a la metrópolis madrileña y a su área, sino que es un proyecto “nacional”, que se quiere y se siente para toda España, y que tiene como enemigo al gobierno “socialcomunista” de Pedro Sánchez y Podemos.
Sueños
Lo que está sucediendo en Madrid, en la capital y en la autonomía, no es una broma. Es fácil ridiculizar a Isabel Díaz Ayuso, ‘excommunity manager’ de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre (la mascota, que murió atropellada, lucía un bonito collar con la bandera española), pero, si los sueños de la de Chamberí se convierten en realidad, a España “no la va a reconocer ni la madre que la parió”, como soltó un Alfonso Guerra eufórico por la histórica victoria socialista de 1982.
El PP nunca ha conseguido –ni ha querido– homologarse a la derecha de estirpe democristiana que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ha venido dirigiendo Europa junto con la socialdemocracia. España, a diferencia de Alemania e Italia, no rompió con su régimen totalitario, con su extrema derecha agresivamente nacionalista, el franquismo. Se limitó a reformar, a ‘transitar’ hacia un régimen democrático. La Transición supuso, entre otros peajes, no juzgar al franquismo, ni exigirle arrepentimiento o que pidiera perdón. El resultado es que mucho de todo aquello continúa vivo en Vox y también en el PP que Ayuso galvaniza.
Ultra-madrileñismo
Ella encarna a la perfección la peculiar derecha española. Una derecha nada liberal. Una derecha que no se avergüenza de su pasado. Una derecha que ha trastocado el tradicional imperialismo castellano en una especie de ultra-madrileñismo. El madrileñismo como tuétano, como lo más auténtico y recio, de lo español. Madrid, centro irradiador, alma y razón de España. “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?”, decía Ayuso el 21 de septiembre. Da igual que la bandera de la Comunidad tuviera que ser creada en 1983 y a todo correr por el artista José María Cruz Novillo y el periodista y poeta Santiago Amón.
Ayuso es todo arrojo. Una ‘echá p’alante’. Lo demostró al lanzar su desafío tras el fracaso del golpe del PSOE en Murcia. También es descarada, tirando a faltona. No solo miente sin asomo de rubor, sino que lo hace con plena convicción. Es uno de los rasgos importados del populismo ‘trumpista’. También su demagogia es sincera, si se puede decir así. Alza el pabellón de una libertad hedonista y arrogante mientras en su feudo el covid llena las ucis y los cementerios. Ayuso viene a ser la nieta ideológica de Esperanza Aguirre y Pilar Primo de Rivera.
Sánchez, al centro
Si gana la partida, el PP –le agrade o no a Pablo Casado– derivará (todavía) más a la derecha. Las dos Españas volverán a coagular con fuerza, se solidificarán. Para sobrevivir, Sánchez no tendrá otra opción que intentar ganar el centro (algo que, por cierto, no está consiguiendo en Madrid) y al menos parte del centroderecha. Puede que decida que, ante la ola levantada por Ayuso, lo mejor es avanzar elecciones preventivamente. Ya veremos.
Mientras tanto, como decía, Catalunya y Barcelona, desde las antípodas de Madrid, verán cómo el pleito catalán queda relegado del todo. Es más, si Ayuso triunfa, a Sánchez y a los suyos les va a resultar muy peligroso cualquier gesto constructivo con relación a Catalunya. Ojalá me equivoque, pero eso dará alas al independentismo más reactivo y emocional. Y, con buena parte de España inevitablemente secuestrada por la inercia de la Villa y Corte, ERC lo pasará mal, muy mal, a la hora de defender la vía del realismo y la negociación.