Los neurocientíficos, en particular los que se ocupan de dirimir cómo los humanos tomamos nuestras decisiones, nos han enseñado, nos han demostrado, que las emociones y una serie de mecanismos ancestrales grabados en nuestros cerebros condicionan fuertemente, decisivamente, nuestra manera de actuar.
Pensaba en ello al evocar cómo Pedro Sánchez ha logrado transformar lo que podríamos llamar ‘el clima’ de las relaciones con Catalunya. Tan es así que recordar hoy que el PSOE fue fundamental en la aprobación del 155 a algunos se les puede antojar antipático, incluso molesto.
Sea como fuere, la realidad es que el Gobierno de socialistas y Podemos está tratando el mal llamado ‘problema catalán’ de una forma diametralmente opuesta al PP de Mariano Rajoy. Sintetizando –y simplificando–, desde el minuto uno el PP optó por no negociar nada con el Govern, en aquel momento liderado por Artur Mas. No negociar es la mejor forma de no tener que hacer concesiones. Recordemos, por ejemplo, que Rajoy rechazó de plano la demanda de Mas de una financiación menos lesiva para Catalunya.
Cuando el asunto no era ya la financiación sino la autodeterminación, el “derecho a decidir”, el PP optó por transferir el problema a la ley y las porras. Como se sabe, tal decisión desembocó en la violencia policial del 1-O, en la ‘guerra sucia’ contra el independentismo, en la desaforada sentencia del Tribunal Supremo y, entre muchas otras cosas, en la indigna venganza económica que ejerce ese falso tribunal llamado Tribunal de Cuentas. Todo eso –junto a una represión que no cesa y que afecta a muchos cientos de personas– ha embarrado terriblemente el terreno de juego.
El PP tomó otra gran decisión estratégica ante el avance independentista, a la cual sigue tenazmente aferrado. Su mensaje iba a consistir en una estrepitosa mezcla de amenazas, miedo y mentiras. Con anterioridad al referéndum, el PP (también Ciudadanos, claro) les repitió a los catalanes que, si se iban de España, no solo se arruinarían hasta la miseria ratuna, perderían el pasaporte español y europeo –falso– o vagarían eternamente por el espacio sideral, sino que además España iba a convertir su vida en un infierno, haciendo que, por ejemplo, jamás volvieran a formar parte de la UE.
En el discurso de la amenaza y el miedo se agazapa la convicción de que Catalunya es ‘de’ España, y no la de que Catalunya ‘es’ España (el PP procesa el problema independentista a través de la metáfora de la amputación). En este mismo sentido, se da la paradoja de que los que más parecen detestar a Catalunya son al mismo tiempo quienes con más virulencia combaten para que se quede en España.
Sánchez ha tejido una narrativa totalmente opuesta a la del PP. Así, en papel de policía bueno, ha ido desarrollando un discurso que, en vez de intentar atemorizar a los catalanes, les dice y les repite frases amables y cariñosas –empleando una fraseología que algunos han definido como de ‘coach’ o de terapeuta familiar–, abunda en la reconciliación, el reencuentro, la empatía, el perdón y la concordia. El ejemplo paradigmático se dio el pasado día 21, en el solemne discurso de Sánchez sobre los indultos en el Liceu, cuyo colofón fue: “Catalanes y catalanas. Os queremos”.
Sánchez comprende que la agresividad hiriente del PP fortalece al independentismo, que es fundamentalmente una reacción a la desconsideración, al desprecio y a la animadversión con que las élites del Estado han venido tratando y tratan a Catalunya. A su vez, sabe que lo que mejor puede funcionar con los catalanes –que son animales sentimentales–, es transmitirles todo lo contrario: “Os queremos”.
Aparejado a ello está el retorno a la política. Este es el sentido del rescate de la polvorienta mesa de diálogo entre gobiernos. De momento, como decíamos, Sánchez ha conseguido variar el clima, el registro emocional, tanto en la sociedad catalana como entre los partidos independentistas. Lo que realmente importa de la iniciativa tomada por Sánchez –cuyos motivos son seguramente diversos y algunos más encomiables que otros–, es si se conforma con lo ya conseguido, si le basta con el aquietamiento, o si realmente quiere ir más allá a pesar de las dificultades. Si está dispuesto a dar la batalla con una propuesta valiente para Catalunya.