Que uno prefiera no pensar en algo o en alguien no significa que ese algo o alguien vaya a desaparecer. Lo que puede pasar, en cambio, es que aquello que queríamos ignorar irrumpa de nuevo, regrese sin avisar y nos dé un susto de muerte. La desagradable sorpresa nos devuelve a la realidad, nos recuerda que las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran. Nos resitúa y nos obliga a corregir la perspectiva. Rasga el velo de olvido que habíamos posado sobre lo que nos incomoda o incluso nos angustia.
La desagradable sensación que acompaña a los recordatorios abruptos la experimentaron hace unos días los presidentes Aragonès y Sánchez al enterarse de la detención de Carles Puigdemont en la isla italiana de Cerdeña. Casi sin darse cuenta debieron encomendarse fervientemente al buen quehacer de Gonzalo Boye y el resto de abogados que asisten a Puigdemont.
Por suerte para Aragonès y para Sánchez, los abogados de Puigdemont no fallaron. Al final, se trató de un episodio como otros anteriores. Llarena y el Supremo habían protagonizado otro fiasco. Además, o fueron negligentes o facilitaron información que no era cierta. O ambas cosas al mismo tiempo. Nuevo tropiezo -todo apunta que esta vez el ‘president’ tampoco será extraditado- de la justicia española, que engrosa el desprestigio acumulado en su persecución de Puigdemont.
Y ya que hablamos de la justicia española: la obsesión de Llarena y cía. por cazar al ‘president’ va más allá, mucho más allá, de lo que sería esperable de una justicia neutral. Si perseguir poco a alguien está mal, ¿no lo está hacer lo que haga falta, excederse en lo que convenga, con el fin de atrapar a una determinada persona?
La fijación neurótica con el expresidente va de la mano con la anomalía que supone que la cúpula judicial tenga una clara agenda propia, que pasa por derribar al Gobierno de socialistas y podemitas. Les flanquean algunos medios de comunicación, que en 24 horas pasaron de lanzar vítores a Llarena por la captura a soltar pestes contra Europa al recobrar Puigdemont la libertad. Es un ritual que se repite. La justicia debe ser independiente y no estar a las órdenes del Ejecutivo, pero -¡ojo!- los jueces no pueden convertirse tampoco en zapadores antigubernamentales al servicio de la oposición.
Los indultos y la mesa de diálogo bastarán, calculó Pedro Sánchez, para pacificar Catalunya y llegar con relativa tranquilidad a las próximas elecciones. En estos momentos Catalunya no se encuentra, por tanto, entre las prioridades de Sánchez. Tan es así, que se ha permitido procrastinar y trasladar a un incierto futuro la anunciada reforma del delito de sedición, algo que podría dar una salida a los líderes independentistas exiliados.
Mientras, puede que ERC necesite a Sánchez más que él a los republicanos. Al fin y al cabo, estos han convertido la mesa de diálogo en el tótem de la legislatura catalana, pese a saber, como todos, que es muy improbable que dé fruto alguno. Al mismo tiempo, Aragonès necesita que su Gobierno pueda exhibir logros tangibles, no pocos de los cuales dependen de llegar a acuerdos con Madrid, en lo que vendría a ser una versión remasterizada del ‘peix al cove’ pujolista.
Todos estos cálculos y planes, junto con algunos otros, estuvieron a punto de irse completamente al traste el otro día, cuando la policía detuvo a Puigdemont al poner pie en Cerdeña. Unas horas fueron suficientes para que ERC experimentara la fuerza simbólica que ha acumulado Puigdemont, que trasciende el perímetro estricto de su partido. “¿Cómo podéis sentaros a dialogar con los represores?”, clamó el independentismo más combativo sin perderse en matices, aunque todos saben -por supuesto, los saben en Junts- que una cosa es el Tribunal Supremo y otra el Gobierno español.
Cuando Aragonès tenía la cabeza en otras cosas -como el debate de política general en el Parlament- y para nada pensaba en él, va y atrapan a Puigdemont. Y se disparan las alarmas. Tan aturdidora fue la sorpresa, tanta la presión que se le vino encima que el ‘president’ no dudó en meter el cepillo de dientes en la maleta e irse corriendo a abrazar a Puigdemont. Sánchez, por su parte, reivindicó desde la isla de la Palma el valor del diálogo y declamó circunspecto que el ‘expresident’ debe someterse a la justicia. ¡Vaya susto!