Catalunya, transcurridos cuatro años de la fallida declaración de independencia, sigue convaleciente y aturdida, atrapada entre contradicciones y sin tener claro qué hacer para afrontar los problemas y los retos que se alzan ante sí. El episodio, en principio aún no zanjado, de la ampliación del aeropuerto de El Prat no es ajeno a estas circunstancias, y ha mostrado un Govern dividido, sin una posición unitaria y firme, y demasiado sensible a presiones externas (la forma como el ideologismo de los ‘comuns’ y la CUP consigue intimidar sobre todo a ERC resulta digna de estudio).
El conflicto del aeropuerto de El Prat nos ha hecho revivir políticamente tiempos pasados, nos ha devuelto los ecos de una legislatura, la de la presidencia de Quim Torra, marcada por el barullo y las desavenencias entre socios. La actuación del Govern a cuenta de la ampliación del aeropuerto constituye el primer accidente de un Gabinete que, bajo la presidencia de Pere Aragonès, se había conjurado para, justamente, ahorrar al ciudadano este tipo de espectáculos. Cabe esperar que todos aprendan de lo sucedido y sepan enmendar el error.
Dicho lo anterior, soy de los que reparte la culpa entre unos y otros (creo que las evidencias demuestran que no hay otro veredicto posible). El Gobierno español y Aena no lo han hecho mejor que el Ejecutivo de la Generalitat. Justificar la retirada de una inversión de 1.700 millones aludiendo a un tuit del ‘president’ Aragonès y al anuncio de ERC de que alguno de sus ‘consellers’ podría acudir a la manifestación prevista para el 19 de septiembre es ridículo. Nadie puede tragarse que una inversión prioritaria y estratégica para Catalunya, pero sobre todo para España (Aena define sus inversiones, al menos en teoría, pensando en el interés del conjunto del Estado), se esfume por tales motivos.
La parte española ha adolecido también, y mucho, de falta de seriedad. En cuanto a Aena, una empresa-monstruo controlada por el Estado pero con vida propia, exhibe un estilo chulesco incompatible con el respeto, ni que sea formal, por la Generalitat.
Lo del Gobierno español y Aena huele también a querer ahorrarse lidiar con la dura oposición al proyecto, un rechazo que, amén de los peros de la Generalitat, reúne a los socios de Pedro Sánchez, Unidas Podemos y los ‘comuns’, y sigue con el Ayuntamiento de El Prat y con una infinidad de asociaciones ambientalistas y entidades civiles. Súmese a ello el riesgo de que la UE, que debe autorizar la operación –la zona de La Ricarda forma parte de la red europea Natura 2000- rechace el plan de Aena.
El incidente de El Prat -que asimismo podría interpretarse como un correctivo a ERC por parte de Sánchez- ha dado alas a Junts per Catalunya, que ha redoblado ¡y de qué manera! sus ataques a la mesa de diálogo, que ha de reunirse de forma inminente. Junts y la CUP deberían ser más respetuosos con su compromiso en este asunto. Aragonès y Junqueras se han empleado a fondo en la defensa de la mesa y han reclamado acudir con convicción a defender la posición catalana. Junqueras, entrevistado por EL PERIÓDICO, llamaba a participar en la mesa “con entusiasmo”. Argumentaba que de este modo y en cualquier caso la causa independentista se vería legitimada ante la sociedad catalana y los observadores internacionales. No dejaba de ser, por pasiva, un reconocimiento de que lo más probable es que nada positivo se consiga.
La mesa de diálogo -denominación esta que me parece más ajustada a lo que se avecina que la de ‘mesa de negociación’- constituye, en buena parte, la materialización de una tregua de dos años entre ERC y el PSOE. A Esquerra le interesa disponer de ese tiempo para desplegar su estrategia, consolidar su poder, y tomar de verdad las riendas de un país, como decíamos, todavía convaleciente y desconcertado. Tal como ha dejado ostentosamente claro Pedro Sánchez, en el caso del Gobierno de Madrid las preocupaciones más acuciantes son otras, no Catalunya. Piensan, básicamente, que con los indultos y el reinicio de la mesa intergubernamental ya han cubierto el expediente.
Habrá que ver cómo aguantan los republicanos si la mesa de diálogo defrauda (el ambiente de la Diada, con los silbidos a ERC, es un síntoma). Y también si finalmente los republicanos van a poder avalar los Presupuestos de Sánchez, como es su vocación.