El PSC ha vuelto, constatan propios y extraños, los unos eufóricos, los otros resignados. Es una afirmación cierta, diría que irrefutable, al menos si uno se atiene a los resultados electorales. Los socialistas catalanes han pasado, entre las elecciones al Parlament de 2017 y las de 2021, de cuarta a primera fuerza (empatados en escaños con ERC). El cambio de cabeza de cartel -Salvador Illa por Miquel Iceta- ayudó, igual que ayudó, sobre todo, un contexto completamente distinto.
Las elecciones del 21 de diciembre de 2017 las convocó Mariano Rajoy armado con el 155. No fue así en 2021, cuando las urnas se abrieron meses después de la atrabiliaria salida de Quim Torra de la presidencia. Si las elecciones de 2017, con una movilización récord (casi un 80% de participación), fue una respuesta al PP, por contra, el Covid y el desconcierto en las filas independentistas hundieron la participación hasta poco más del 50% en 2021.
Amén de que corren tiempos distintos -lo que comprende una notable rebaja de la tensión-, la descomposición de Ciudadanos, partido engendrado para destripar los consensos básicos en Catalunya, tuvo como beneficiario al PSC, que absorbió una buena porción del voto que en 2017 había apostado por los naranjas, quienes, en lo que supone un batacazo con pocos precedentes, perdieron en febrero de 2021 30 de sus 36 escaños.
El PSC ha vuelto, pero ¿el que ha vuelto es el mismo PSC? El ‘procés’ desgajó el ala más catalanista del partido, el cual, no obstante, resistió hasta la ya relatada espectacular ‘resurrección’ de 2021 (presagiada por el segundo puesto en las elecciones españolas de noviembre de 2019). El PSC de hoy no es el PSC de los primeros compases del ‘procés’. Ni tampoco el PSC originario.
Con Iceta y con Illa, este es el PSC menos catalanista y el más alineado con el PSOE desde 1978. Si quisiéramos expresarlo en términos históricos, podríamos decir que los socialistas de hoy están más cerca de Martín Toval que de Joan Reventós. No digamos ya de Pallach. Sin embargo, el PSC sabe que está obligado, en su condición de partido ‘grande’, a gestionar la ambigüedad y estar muy atento a la complejidad de la sociedad catalana. No es nada que no haya hecho en el pasado, nada a lo que no esté más que avezado.
Que el PSC consiguiera atraer a tantos electores de Ciudadanos, consignémoslo aquí, es una buena noticia. Con ello se evitó que la irrupción de Vox en el Parlament fuera más ruidosa aún (los ultras consiguieron 11 diputados), algo positivo para la democracia y la cohesión social. Siempre es preferible que un voto vaya al PSC a que caiga en manos de Vox.
Los socialistas catalanes no pueden perder los votos ‘recuperados’ de Ciudadanos. Pero, por otra parte, si quieren ser el partido central de Catalunya, deben difuminar tanto como puedan la divisoria entre independentistas y no independentistas, divisoria muy incómoda para ellos, pero que hoy sigue estructurando tenazmente la política catalana. Coinciden en este último anhelo con ERC, que aspira a engrandecer su base electoral atrayendo a votantes de izquierda, y a dejar atrás a Junts per Catalunya.
Los socialistas van, pues, a intentar nadar entre dos aguas. Por eso, por ejemplo, a la vez que apoyan el controvertido 25% de castellano en las aulas, se avienen a pactar con los partidos del Ejecutivo catalán la renovación en un puñado de instituciones, empezando por la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, matriz de TV-3 y Catalunya Ràdio.
El tono sereno y la actitud general de Illa -al margen de dislates como soltar que el ‘procés’ es lo peor que le ha sucedido a Catalunya en trescientos años- resultan coherentes con la estrategia de intentar el difícil equilibrio, de adentrarse en la incierta frontera.
¿Cuál es el futuro del PSC? A medio plazo, deberá intentar recuperar posiciones en las próximas municipales, con Barcelona como principal objetivo. Después, y más relevante, los de Salvador Illa van a darlo todo para lograr que Pedro Sánchez siga en la Moncloa. Buscarán con todas sus fuerzas la victoria que les arrebató Esquerra la última vez.
De esas elecciones, se celebren cuando toca (finales de 2023) o bien antes, dependerá el futuro de la política catalana y de España. Un Gobierno engendrado por el binomio PP-Vox proscribiría cualquier posible diálogo. La tormenta que podría desatarse lo barrería todo.