La primera ministra de Finlandia, la muy joven -36 años- Sanna Marin, se ha convertido a su pesar en una celebridad internacional. Ha sucedido tras hacerse públicos un par de vídeos en los que se la ve bailando desinhibidamente y una foto pretendidamente erótica de dos amigas suyas besándose en la boca en Kesäranta, la residencia oficial de los jefes de gobierno. Todo aquel que quiera ver los detalles puede acceder al material con un par de clics. El asunto ha desatado una durísima campaña contra ella, que la ha obligado a pedir disculpas públicamente, así como -sí- a hacerse un test antidrogas. Sus adversarios políticos, por supuesto, han intentado, e intentan, derribarla aprovechando la polémica.
La primera consideración es que en ninguna de las imágenes -ni de los movimientos de Marin ni del beso de sus amigas- aparece nada de delictivo. Divertirse y bailar, por otra parte, son actividades que no chocan, contradicen o entran en conflicto ni con el discurso ni las propuestas de la formación política de la primera ministra (el Partido Socialdemócrata de Finlandia), tampoco los besos entre mujeres.
Si nos guiamos por el canon periodístico de la Europa continental, ni los vídeos ni la foto deberían haberse publicado, pues se ubican estrictamente en la esfera de lo privado. La cultura periodística anglosajona es diferente y tradicionalmente ha sido mucho más laxa en este punto. Se difunden con cierta asiduidad informaciones sobre la vida privada de figuras políticas con el argumento de que dan pistas de su personalidad y carácter. Esta aproximación fue desarrollándose a partir de los setenta junto con la tendencia a la espectacularización de la política, tan común en todas partes.
Pero debo advertirles de que al tomar como referente la ética periodística para evaluar este asunto estoy haciendo un ejercicio entre voluntarioso y anticuado. Los medios de comunicación tradicionales han perdido la exclusividad sobre la información. Abundan hoy los actores que suministran información (sea verdadera o falsa) y se sitúan fuera del periodismo y sus reglas: todo tipo de webs, blogs, redes sociales y plataformas de mensajería. Los medios ya no pueden administrar lo que se difunde y lo que no. Simplemente, ahora todo llega al público y en cantidades oceánicas.
Además de un cambio cultural y de la revolución digital de las comunicaciones, hay algo esencial y poderoso que ha contribuido a viralizar las imágenes: el escándalo vende. El escándalo, en la medida que se basa en la transgresión de una norma compartida (por un colectivo o una parte de él), nos atrae poderosamente (recordemos que lo normativo puede ser el resultado de la simple creencia, del prejuicio o del tabú). Lo escandaloso ha excitado la curiosidad de hombres y mujeres desde la noche de los tiempos. Siempre nos ha gustado meter las narices en casa de los demás, fisgonear, saber lo que otros pretenden ocultar. Por eso, no es extraño que imágenes como las que se han conocido corran como la pólvora y consigan meterse en el debate colectivo pese a su irrelevancia para la vida pública.
Cabe añadir en este punto, como han remarcado no pocos analistas, que el hecho de que Marin sea una mujer, que sea joven y que además tenga poder ha contribuido a dar pábulo al caso, y ha condicionado la forma de tratar el asunto, tanto por medios de comunicación clásicos, como por webs, blogs y redes sociales.
No quisiera terminar sin que nos hagamos la pregunta del millón. ¿De dónde han salido las imágenes? No hay más que dos opciones. O han sido robadas -sustraídas de un aparato electrónico sin consentimiento- o han sido suministradas por alguien que las tenía, por alguien que ha traicionado, por consiguiente, la confianza de alguien. Pero han sido tres las filtraciones, es decir, mucha casualidad -si han sido tres los traidores- o bien mucha estupidez -si ha sido solo uno-. Lo que me lleva inevitablemente a la hipótesis del robo o del ‘hackeo’. Y a no descartar que los servicios de inteligencia rusos tengan algo o mucho que ver en el asunto. No en vano, tras la invasión de Ucrania, el Gobierno de Sanna Marin se ha mostrado muy vehemente al reclamar a la OTAN que admita a Finlandia como socio lo más pronto posible. Sería un ejemplo más de la guerra digital que viene empleando Vladímir Putin para intentar desestabilizar a otros países.