La descarada llamada de Moreno Bonilla a los ricos catalanes -”Además, aquí no nos vamos a independizar nunca, porque somos orgullosa parte de España”, les dice- para que se marchen a Andalucía y no solo a Madrid, tiene pocos visos de provocar colas de autocares con millonarios ansiosos por trasladar sus fortunas. La oferta de Moreno Bonilla, que dice que va a poner incluso un chiringuito en Barcelona para facilitarles las cosas a las grandes fortunas, es descarada también por otra razón, mucho más de fondo.
Lo explicó con meridiana claridad el consejero Giró. Andalucía es de siempre una comunidad receptora de fondos, de muchos fondos, mientras Catalunya aporta dinero al Estado -solidaridad forzosa- hasta rozar la anemia. A la vista de este hecho, por otra parte bien conocido, ¿no es tener mucho morro colgar en la puerta el cartel de ‘Rebajas’? ¿No es pasarse unos cuantos pueblos poner al cero por ciento el impuesto de patrimonio mientras se gasta el dinero recibido gracias al esfuerzo fiscal de otras comunidades?
No termina la historia de la batalla de los impuestos en el Madrid de Ayuso o en la Andalucía de Moreno Bonilla, pues previsiblemente la oleada anti-impuestos la va a extender el PP a otras comunidades. Mientras tanto, el gobierno de Pedro Sánchez ha anunciado impuestos -avalados por Bruselas- a la banca y a las energéticas. Hace bien poco, ha rematado con el anuncio de un impuesto a los muy ricos.
Parece, pues, que la batalla ha empezado. Y que va a ir a más. En esta ocasión, cada cual está en la posición que a priori le corresponde. La izquierda apuesta por subir los impuestos a los que más tienen o ganan. La derecha, por reducirlos. El debate desprende un aroma inconfundiblemente clásico, pero tiene enjundia, notable profundidad. Esta sí es una de aquellas cosas que, como reza el tópico, interesan a la gente.
Es una cuestión destinada a ocupar un lugar preeminente en el próximo ciclo electoral, que dará comienzo en mayo con las elecciones municipales en todas partes y las autonómicas en la mayoría de comunidades. Que el PP haya aderezado con catalanofobia la supresión del impuesto de patrimonio revela la vocación electoralista que pretende imprimir a este asunto (cuando hay elecciones en España, siempre aparece alguien metiéndose, despreciado o directamente insultando a los catalanes).
Veremos si el populismo impositivo le funciona al PP tan bien como sueña. Probablemente resultarán sus ofertones más difíciles de aplaudir y comprender a medida que la terrible crisis que se nos viene encima se vaya recrudeciendo y que, por consiguiente, los estragos entre la ciudadanía, problemas en muchos casos gravísimos, se multipliquen. Puede, pues, que inspirado por las políticas de la inclasificable Ayuso en Madrid, el PP se esté adentrando en un terreno más pantanoso de lo que piensa, que haya escogido una estrategia equivocada, y que apostar por las rebajas de impuestos no resulte, en el contexto actual, la más brillante de las ideas.