La manifestación del 11-S, en los términos que fue planteada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC), suponía un ataque a ERC, ataque envuelto en una retórica ridículamente antipolítica. Fue por eso por lo que Pere Aragonès no acudió a la avenida del Paral·lel, al igual que la cúpula republicana y muchos militantes del partido. Esquerra, además, intentó boicotear la convocatoria. La decisión de Aragonès y de ERC de plantar cara a la ANC es meritoria, toda vez que uno de los grandes males del ‘procés’ fue, sin duda, la incapacidad o el miedo de los políticos a decir públicamente la verdad, temerosos de desmentir o contradecir las ilusiones y deseos de la multitud. La política se vio arrastrada, demasiado y demasiadas veces, por la calle.
La manifestación, pese a no tener nada que ver con las grandes convocatorias del ‘procés’, fue seguida por mucha gente, de modo que se ha convenido en que resultó un éxito. Un éxito de la ANC y una derrota de ERC.
Sin embargo y aunque parezca contradictorio, quien está sufriendo de en realidad las consecuencias del Onze de Setembre no es ERC, sino Junts per Catalunya. Queriendo o sin querer, en JxCat han interiorizado que los manifestantes eran sobre todo de ‘los suyos’. Y no solo eso: han interpretado que representaban al conjunto de la ciudadanía independentista. Por tanto, donde más consecuencias ha tenido y está teniendo el 11-S es en el seno del partido de Jordi Turull y Laura Borràs. No en ERC. Fue el vicepresidente Puigneró quien recibió y escucho educadamente la ocurrencia que se sacó de la manga la presidenta de la ANC, Dolors Feliu, consistente en declarar la independencia el año que viene, muy en línea con el ultimátum de la misma señora: “¡O independència o eleccions!”. Absolutamente distinta fue la actitud de Aragonès, que descartó la idea como quien aparta una mosca del plato.
La presión que la ANC junto con una parte de Junts están ejerciendo sobre Jordi Turull para que rompa el Govern afloró, y de qué manera, en la reunión que los socios del Govern mantuvieron esta semana. Fue un verdadero desahogo, una catarsis para ambos bandos, pero especialmente para los representantes de JxCat.
El resultado es que Turull y los suyos han puesto una serie de condiciones a ERC para seguir en el ejecutivo catalán. Son la materialización de aquel “Así no podemos seguir” del secretario general de JxCat a finales de verano. Las condiciones que han fijado pasan por exigir que “el Gobierno del 52%” sitúe la independencia como primer objetivo de su agenda; que la mesa de diálogo hable de autodeterminación y amnistía, y no de otras cosas; que haya coordinación entre ambos grupos en el Congreso de Diputados, y que se constituya de una vez un “Estado Mayor” o “espacio de coordinación, consenso y dirección estratégica del independentismo”, como reza el pacto de Gobierno.
La responsabilidad, pero también todo el poder, ha sido entregado de esta manera a Aragonès, que puede mostrarse dispuesto a cumplir las exigencias de Junts o bien puede hacer lo contrario. En este segundo caso, complicaría mucho la posición de quienes en Junts quieren seguir en el Govern y alentaría al mismo tiempo la rebelión interna de los partidarios de romperlo, entre los cuales, aunque no lo digan explícitamente, están Laura Borràs y Carles Puigdemont. O Josep Costa, exvicepresidente del Parlament y muy próximo al segundo, quien el jueves en un tuit interpelaba a ERC: “Que por cobardía o conservadurismo no queráis acabar el trabajo [la independencia] no significa que otros no sepamos como hacerlo”.
Ha sido así como una manifestación contra los republicanos ha acabado favoreciendo, contra pronóstico, a Esquerra. Y convirtiéndose en una trampa para Junts y una pesadilla para los muchos exconvergentes que -a mi juicio, con buen criterio- consideran que romper el Gobierno es una garrafal equivocación.
Ahora Aragonès y ERC están en posesión del mando a distancia con el cual pueden, según su deseo, alimentar o hacer disminuir la tensión interna entre sus socios y adversarios de Junts. Son los republicanos, pues, quien tienen que calibrar muy bien y con mucho cuidado hasta qué punto quieren complicar la vida a Turull y, sobre todo, si el interés y el bienestar del país y de ERC (por este orden) pasan por la salida de Junts del Govern o por continuar adelante en coalición.