Carles Puigdemont se ha subido al barco. Estamos ante un acuerdo que va más allá de investir a Pedro Sánchez como presidente del gobierno español. El compromiso obliga a flanquear al líder socialista durante los cuatro próximos años. Empieza una travesía que no va a resultar fácil. Y no solo por las diferencias evidentes y en algunos aspectos radicales entre socialistas e independentistas, sino también porque la derecha y la extrema derecha se disponen a desatar una tempestad de tal magnitud que hunda la nave con estrépito.
El acuerdo se precipitó el jueves. En dos ocasiones anteriores lo que parecía estar hecho acabó desbaratándose, pero esta vez sí se materializó el pacto, que firmaron en Bruselas Santos Cerdán, por el PSOE, y Jordi Turull, por Junts per Catalunya. Si hace unos días la exhibición pública del acuerdo de los socialistas y ERC irritó a Junts e hizo que las negociaciones se ralentizaran, ahora parece haber sido la feroz presión de la derecha y la extrema derecha la que ha precipitado el apretón de manos. El martes por la noche la violencia ultra se apoderó de la manifestación ante la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid. El miércoles los negociadores tenían perfectamente claro que había que cerrar el acuerdo ya. El jueves se presentaba públicamente.
El PP contempla entre atónito y furibundo como Sánchez consigue sobrevivir una vez más. No les ha importado a los populares incendiar las calles, ni utilizar a las instituciones que controlan y a los colectivos afines, aun a costa de poner en riesgo la convivencia. La derecha -política, mediática, judicial, etcétera- se ha empleado a fondo en su ofensiva por precipitar unas nuevas elecciones que dieran a Feijóo una segunda oportunidad. Aznar lanzó la llamada: “El que pueda hacer, que haga; el que pueda aportar, que aporte; el que se pueda mover, que se mueva”. Feijóo -otrora supuesto moderado, supuesto reformista-, obedeció como un vasallo más y se transformó en el primero de los agitadores. Su tardanza en aparecer públicamente y la forma ambigua, reticente y equívoca de condenar la violencia ultra en Madrid obligan a dudar seriamente de su carácter y solvencia como líder.
Habrá tiempo para desmenuzar el acuerdo y también para analizar el texto de la ley de amnistía. Lo que está claro es que Puigdemont no va a cobrar por adelantado, sino a plazos. En la práctica, casi todos los elementos consensuados pueden ser incumplidos por el PSOE. Es por esta razón que Junts no podía limitarse a ver como zarpaba el barco, sino que tenía que subir. Los independentistas, si quieren que lo firmado se cumpla, o se cumpla en una proporción razonable, deben permanecer en el puente de mando junto a Sánchez. Es más, para proteger lo negociado, es evidente que le interesa que el barco se mantenga a flote durante tantas millas como sea posible, esto es, más allá de una legislatura. Lo de Puigdemont no es un “compromiso histórico”, sino una inversión a futuro. Cuanto más se demore el PP en regresar a la Moncloa, más complicado le resultará desmantelar lo realizado por el PSOE con Sumar y los independentistas.
Cuando Puigdemont acordó la mesa del Congreso dio un primer paso. Tras negociar y pactar la investidura con Sánchez, ya no hay vuelta atrás. Las firmas una junto a otra de Cerdán y Turull rubrican también el fin del ‘procés’. Los independentistas emparentados con el pujolismo dejan atrás la confrontación permanente y dan, por fin y por la vía de los hechos, el golpe de timón que Junqueras y los suyos llevaron a cabo años atrás. A partir de ahora unos y otros, tirios y troyanos, capuletos y montescos, lucharán con las mismas armas y en el mismo engorroso terreno. No parece sensato pensar, sin embargo, que vayan a coordinarse y cooperar en Madrid, como no lo han hecho, todo lo contrario, durante las agónicas negociaciones recién coronadas.
¿Qué van a hacer PP, Vox y todos apéndices? Absolutamente nada indica que vayan a detener su acometida, todo lo contrario. La derecha decidió hace tiempo que debía no solo derrotar, sino también destruir a Sánchez y su gobierno “ilegítimo”. Ello ha causado, está causando, una honda división política en España. Un ambiente muy cargado, donde se hace difícil respirar. Se han consolidado, se han casi petrificado, dos frentes, dos bloques, dos visiones irreconciliables. La lucha es y al menos durante un tiempo va a seguir siendo salvaje y despiadada. La dinámica polarizadora va a acercar más todavía al PP y Vox. Y también va a ayudar al capitán Sánchez a retener a Puigdemont y Junts a bordo.