Los cinco diputados que Podemos obtuvo el pasado julio han roto con Sumar y ya se sientan en los bancos del Grupo Mixto del Congreso. El partido nacido del impulso del 15M acaba de escribir el que, o mucho me equivoco, o es el penúltimo capítulo de su corta historia. Muy poco después de crearse y con Pablo Iglesias al frente, Podemos consiguió, en 2014 y 2015, magníficos resultados en las urnas, y muchos pensaron entonces que su célebre grito de “¡Sí se puede!” era en realidad una premonición.
Pero los morados, que tejieron complicidades con otras formaciones de izquierdas grandes -como Izquierda Unida- y pequeñas, y que supieron aliarse con grupos parecidos de ámbito autonómico -como los Comuns o las Mareas gallegas-, se vieron arrastrados cada vez con más ímpetu por una espiral de desencuentros internos que conduciría a múltiples rupturas. El primer gran desencuentro separó Iglesias y Errejón, ambos fundadores de Podemos.
La caída de Podemos ha resultado dolorosa para aquellos que creyeron en la posibilidad de acabar con los componentes tóxicos del llamado “régimen del 78″ y corregir un sistema económico que había extendido la desolación con la tremenda crisis de 2018. Muchos divisaron que, esta vez sí, el milagro de “asaltar los cielos” podía acontecer.
Durante el ‘via crucis’ de Podemos, que aparentemente se prolongará algo más todavía, los dirigentes morados han demostrado una y otra vez, tercamente, radicalmente, ser portadores de todos los defectos y vicios que adornan al ‘zoon politikon’. Muchos y muy poderosos han sido sus enemigos, resulta innegable. A pesar de ello, rememorar la energía y la pasión con que, especialmente en los últimos años, se han dedicado a la autodestrucción causa escalofríos. La historia de estos jóvenes que pasan del éxito rotundo y deslumbrante de los primeros años, los días de vino y rosas, a entregarse a un espectáculo de canibalismo político tan feroz tiene pocos precedentes. Menos todavía si atendemos a las formas descarnadas que han adoptado sus luchas intestinas. Nunca tan pocos habían decepcionado a tantos.
No son pocos los analistas y comentaristas que, hablando de los morados, han evocado el tópico de la legendaria tendencia de las izquierdas a la división sucesiva e interminable. O los que han recordado una vez más, ironizando, aquel sublime diálogo de los Monty Python en ‘La vida de Brian’ (el del Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea).
Pero diría que esta historia va más allá de la leyenda sobre los interminables rifirrafes, rupturas y desmenuzamientos en los partidos de izquierdas, y también del humor magistral de los Monty Python. El declive de Podemos contiene y a la vez rebasa todo ello para situarse en el terreno de la pornografía política. El chorro inacabable de envidias, traiciones, mentiras, maniobras de baja estofa, egoísmo, narcisismo, mezquindad y sectarismo es difícilmente superable. Los pecados de toda naturaleza han ido carcomiendo un proyecto que, después de ilusionar a tantos, han ennegrecido el ánimo de aquellos que, votándolos o no, los contemplaron con esperanza. Ante nuestros ojos se ha desplegado un auténtico drama shakesperiano, intenso, cruel, desolador.
Podemos explotó un mensaje rotundo, beligerante y empapado de populismo. De ruptura con lo de siempre, de combate contra la “casta”. Los podemitas eran la vanguardia de los más necesitados y, además, encarnaban todas las virtudes. Aleccionaban a unos y otros desde la superioridad moral tan propia de cierta izquierda. Blanco o negro, buenos y malos. Sencillamente, ellos tenían razón (ni la humildad ni la autocrítica forman parte del ADN podemita, como tantas veces hemos comprobado). El aparatoso naufragio moral del proyecto desmiente completamente a los convencidos que las buenas personas se acumulan a la izquierda. Y dan la razón, en cambio, a los que pensamos que los miserables se encuentran extraordinariamente muy repartidos.
No es necesario decir que cuando hablamos de Podemos hablamos también de Sumar -y sus componentes- y su líder, la vicepresidenta Yolanda Díaz, ungida por un Pablo Iglesias que sumaba este error a una retahíla de otros errores monumentales. Con la complicidad fraternal de Pedro Sánchez, ella emprendió enseguida y con una frialdad asombrosa el acoso sistemático a Podemos. Los marginó al construir la nueva plataforma -Sumar-, al componer las listas electorales, al formarse el nuevo Gobierno y también una vez la vida parlamentaria empezó a andar. Los morados han tenido que refugiarse en el Grupo Mixto para recuperar el aliento y, sobre todo, para intentar ingeniárselas para sobrevivir.