El fantasma de ETA asusta al PP

Un gran despiste, un increíble mal paso en el Congreso ha convertido al PP en víctima de su propia trampa. Cuando sonaron las alarmas ya era demasiado tarde. Ya no había manera de arreglar el estropicio. PP, junto a Vox y UPN, había votado una enmienda de Sumar que hará que decenas de etarras obtengan la libertad antes de lo previsto. La consternación dentro del PP y en sus alrededores ha sido tremenda. Los medios madr­ileños patrocinadores de la derecha se han tirado de los pelos con toda su garra. Ha tenido que comparecer Alberto Núñez Feijóo a dar la cara, a hablar de “un error injustificable”. Y, aunque parezca mentira, culpar al PSOE. A acusarlo de haber tramitado la reforma legal con sigilo para “engañar” al PP y -cómo no- beneficiar a los presos etarras y a Bildu. Por no avisarlos, vamos. Como si el PSOE, al que la derecha hostiga sin respiro, fuera la canguro de los populares y tuviera que velar para que no se lastimen.

Durante años el Partido Popular ha venido actuando como si la organización terrorista todavía estuviese matando. Con una desvergüenza digna de mejor causa, ha identificado a Bildu y al independentismo catalán con ETA. Cualquiera que tuviera relación con ellos -por ejemplo, el PSOE- se convertía inmediatamente en cómplice de los “etarras”. De ahí el grito nauseabundo que le coreaban a Pedro Sánchez a pleno pulmón antes de las últimas elecciones legislativas españolas: “¡Que te vote Txapote!” La maniobra, partía de desdibujar la realidad, de contrabandear con la historia. De ignorar los hechos. Y los hechos son que ETA desapareció en 2011, durante el mandato del socialista Rodríguez Zapatero. El relato forjado por el PP ofrecía todas las ventajas. Uno podía seguir muñendo al fantasma de los terroristas, sacándole partido, pero sin tiros ni bombas que lamentar. Lo único que había que hacer era no dejar tranquilo al fantasma, impedir que sus amenazadoras formas se desdibujaran, y equiparar ETA con el mal absoluto. De manera que cualquier idea, hecho o persona que el PP le arrimara pudiera quedar automáticamente contaminado, emponzoñado. No había que molestarse a discutir con los adversarios. Con llamarles etarras o amigos de los etarras era suficiente.

¿Cómo puede haberle sucedido esto al PP? Pese al ejército de diputados y asesores de que dispone, nadie se percató. O, tal vez, si alguien lo hizo, no fue capaz de advertir el peligro que la citada enmienda entrañaba. Tampoco los periodistas se enteraron de nada. El origen de todo es una antigua decisión marco de la UE que invita a los Estados miembros a tener en cuenta los años de prisión cumplidos en los demás países para calcular el tiempo de reclusión de sus presos. Por supuesto, hubiera estado bien, pues sería lo esperable en un país civilizado, haber podido discutir sobre la cuestión -que, aunque oyendo al PP lo parezca, no afecta únicamente a etarras, sino a todos los delincuentes- con sosiego y mediante el intercambio de argumentos. Se ha hecho en el resto de Europa, pero aquí, cuando se trata de según qué cosas, es una absoluta entelequia.

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