El desaguisado Centelles

DESOLADOR el desenlace del caso del archivo Centelles. De los tres principales actores, los hermanos Centelles, el ministerio y la Generalitat, a los que menos me atrevo a criticar es a los primeros. Centelles, cuando estaba en vida, fue ignorado por los gobiernos de Pujol. Sus hijos tomaron nota. Luego, con el advenimiento del tripartito, continuó la desidia. Cataluña no reconoció debidamente su inmensa obra. En las negociaciones, las relaciones fueron incluso a peor. Sergi y Octavi se subían por las paredes («Estem emprenyats. Ens han volgut fotre i no ens hem deixat», declararían). Hoy el archivo se halla en Madrid -González-Sinde pretende ubicarlo nada menos que en Salamanca- y los hermanos siguen profesando odio eterno a la Generalitat. Si yo fuera ellos, me sentiría, supongo, de forma parecida. Eso sí: procuraría no incurrir en la equivocación de confundir a Cataluña con su gobierno. No es ni justo ni razonable.

La ministra hizo lo lógico según su enfoque del asunto, que se basa en obviar la catalanidad de Centelles y considerar que donde mejor pueden estar los negativos es en un centro del ministerio. González-Sinde rechaza, junto con los Centelles, un arreglo al estilo Semprún para ubicar en Cataluña los negativos. El ministerio ha aprovechado la miopía de la Generalitat en su favor. Desde una óptica españolista, que es la suya, nada se le puede recriminar a la ministra, si bien podría recordársele que, en efecto, como dice ella, cualquier ciudadano español puede ir hasta Salamanca, pero también hasta Barcelona o Sant Cugat. Y que la Generalitat es también Estado.

Y llegamos a la consejería. La consejería sabía que el ministerio, y no sólo el ministerio, andaba tras el archivo. A los Centelles no se les supo tratar como requería la situación. La declaración de patrimonio cultural catalán fue interpretada por ellos como la prueba definitiva de que la Generalitat lo que quería era fastidiarles. Para más inri, en su enojo, el consejero, hombre habitualmente tranquilo, acusó de «deslealtad flagrante» a González-Sinde, lo que, viniendo de un independentista, tiene su aquel (¿se había tragado Tresserras lo de «el gobierno amigo»?). Lo peor es que no reservara un manojo de sus rayos y truenos para alguno de sus subordinados en la consejería, cuya escasa diligencia tanto ha contribuido al desaguisado, y -¿por qué no?- para sí mismo, responsable político del lamentable enredo.

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