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El presidente de la Generalitat anunció ayer la fecha de las próximas elecciones catalanas: 28-N. Este día marcará, muy probablemente, el fin de un ciclo político en Cataluña, el adiós a unos años sorprendentes, extravagantes, chispeantes, surrealistas, sombríos, atrevidos, emocionantes, frustrantes, contradictorios. Unos años, los cuatro de Montilla más los tres de su predecesor Maragall, conocidos bajo el nombre de «el tripartito». El tripartito salda su andadura con mala nota. La demostración: tanto el PSC como ERC basarán su campaña en desmarcarse del invento. Sólo los de Iniciativa-EUiA van a apostar abiertamente por repetirlo, sin embargo incluso ellos -cuya única opción de tocar poder es asociándose al PSC-, reconocen que hay mucho que corregir. Pero, ¿por qué el tripartito no ha funcionado o al menos -seamos cautos- el ciudadano no percibe que haya funcionado? Son muchos los factores pero, a mi entender, existen tres grandes causas
La primera, la propia ingeniería del artefacto. Son tres formaciones que se dicen de izquierdas, sí, pero muy distintas entre ellas. La diferencia más evidente: el PSC está federado, forma parte del PSOE, mientras que ERC halla en la independencia de Cataluña su razón de ser. Pero no sólo se trata de eso: es mucha la distancia entre los proyectos, las organizaciones y las culturas de los tres socios. Materiales de naturalezas demasiado diferentes; una argamasa imposible de juntar. La segunda presenta un carácter más contingente. Se trata de la agenda política que ha dominado el periodo 2003-2010, tanto los tres primeros años como estos cuatro. La elaboración de un nuevo Estatut, proyecto con el objetivo táctico de desestabilizar a un Pujol apuntalado por el PP, ha acabado engullendo al tripartito. Al tripartito le hubiera ido de perlas que a Aznar le hubiera sucedido Rajoy y no Zapatero. La tensión con el PP hubiera reforzado al tripartito por el flanco catalanista, mientras éste podía a su vez presentarse y representarse como un gobierno de izquierdas. No sucedió así, y el Estatut y la agenda identitaria lo llenaron todo, sometiendo a presión las mal ajustadas estructuras del gabinete.
La tercera causa del fracaso atañe a los hombres y mujeres que han participado en el proyecto. Por supuesto, es injusto generalizar, pero la sensación es que no han estado a la altura de lo esperado. Durante los 23 años de pujolismo, las izquierdas censuraron y menospreciaron a los gobiernos nacionalistas, a los que miraban por encima del hombro. Cuando por fin llegó su hora, sólo ofrecieron equipos sorprendentemente equiparables a los peores de los muchos que reunió Pujol.
Para el segundo tripartito cabría añadir que los escándalos y desatinos del primero hornearon en negativo el relato público sobre el proyecto de las izquierdas. Cuando nació el tripartito de Montilla el concepto ya tenía mala fama, malas vibraciones. Ese patrón interpretativo previo, preexistente, ha supuesto un lastre y ha contribuido sin duda a que el tripartito no lograra remontar el vuelo.