Lanzó el desafío Joan Herrera, y la verdad es que ha conseguido hacerse oír. El reto del líder de Iniciativa es el de la transparencia. Es bueno, me parece, que sepamos lo que tiene un político cuando se estrena en el despacho y lo que tiene al abandonarlo. Aunque cabría, para ser coherentes, avanzar también en el control de la gestión, de las actuaciones y las decisiones concretas. Lo saco a colación porque a la hora de la verdad, cuando el tripartito ha tenido la oportunidad de demostrar su apego por la transparencia y la accountability, pues no lo ha hecho. Un ejemplo lo constituye el escándalo de los informes inútiles pagados a precio de oro.

Regresemos a la cuestión de lo que tienen y lo que ganan los políticos, y a Herrera. A su gesto de dar a conocer su patrimonio le veo un par de aspectos cuestionables. El primero, el poso populista, en el sentido de que su iniciativa bebe del tópico según el cual los políticos son unos aprovechados con sueldos exorbitantes y a los que solo les interesa las ventajas del poder y, especialmente, forrarse a costa del erario.

Mi segunda enmienda apunta a otro subtexto que parece sostener la reclamación de Herrera, esto es, que si uno tiene poco patrimonio es más honrado, mejor persona y, por lo tanto, merece más que otros ser elegido. Este tipo de razonamiento no es más que un estereotipo, el cual, por otra parte, seguramente tiene su público. Pero al estereotipo del político pobre y honrado bien puede oponérsele otro, al que podríamos llamar el estereotipo del político rico y eficaz.

Según este, es recomendable votar a alguien que ya tiene patrimonio, pues se sentirá menos tentado por el vil metal y, además, si ha logrado poseerlo será porque tiene preparación, talento y ha trabajado duro. Son, ya digo, ideas preconcebidas. En algunos casos pueden ser ciertas; en otros, solo a medias, y, en otros tantos, del todo falsas.