Se arrancó repitiendo el que es su mantra y el de CiU para estas elecciones. Empezó Artur Mas su conferencia durante el desayuno organizado ayer por el foro Primera Plan@ insistiendo en que va a eludir el pimpampum electoral aunque lo chinchen sin descanso. «Pase lo que pase» y «aunque nos quieran romper las piernas». Los convergentes no van a variar su apuesta por una campaña electoral tranquila y en positivo, y persistirán, persistirá Mas, dijo, en su esfuerzo de autocontrol.
Añadió el líder nacionalista al hablar de la campaña que su objetivo final es no solo ganar y gobernar, sino disponer de un gobierno fuerte. Con mayoría absoluta en el Parlament o, en todo caso, que no sea rehén de nadie. No puede ser que partidos minoritarios acaben colonizando toda la agenda, como, denunció, ha sucedido durante los siete últimos años. Fue una de las muy dosificadas pullas a sus contrincantes que se permitió alguien que ayer pareció menos frívolo, si cabe, que nunca. Por descontado, a CiU le interesa una campaña sin sobresaltos, cuyo itinerario y ritmos pueda dominar. Por una simple razón: porque, al decir de todos los sondeos, anda por delante, muy por delante. En CiU quieren confirmar o, si es posible, aumentar esa ventaja, pero nadie, y menos que nadie Mas, está dispuesto a cometer una temeridad, a meter la pata y estropearlo todo.
Pero el autocontrol que exhibe Mas no atañe solamente a sus adversarios. Tampoco responde en exclusiva al carácter, a la forma de ser, del candidato o a las necesidades de una determinada estrategia de campaña. Se adivina algo más. Me pareció ayer que el presidenciable de CiU ha interiorizado, sabe, se ha hecho ya a la idea (incluso sin quererlo o ser consciente de ello) de que va a suceder a José Montilla. Ciertamente, él suele reñir cariñosamente, rutinariamente, a los suyos cuando le gritan «¡Mas, president! ¡Mas, president!» y llama continuamente a no dar nada por ganado, evitar el triunfalismo y no creerse los reyes del mambo. Pero se diría que de alguna manera, en cierto modo, a la carga de ser el candidato de CiU y de estárselo jugando todo en una última partida, Mas ha sumado ya la de la presidencia de la Generalitat. No sé si me explico. Es como si además de al candidato estuviera uno contemplando al presidente-antes-de-serlo, como si el líder de CiU estuviera viviendo a la vez el presente y el futuro. Ello explicaría el sutil cambio que se ha operado en sus gestos, en sus movimientos, en su mirada, en su verbo. El Mas de ahora es un Mas particularmente concentrado, denso por dentro, amable pero firme, nada agresivo pero severo, sonriente pero no contento y, sobre todo, muy pendiente de no acabar cautivo de sus promesas. Es como si no pudiera evitar sentirse el próximo presidente.