Tras el culebrón del abortado cara a cara entre Mas y Montilla, la campaña se desliza hacia su ocaso. El líder socialista se rodeó ayer de alcaldes de su partido. El lugar escogido, el barrio del Bon Pastor de Barcelona. El anfitrión fue, por lo tanto, Hereu. Brotaron las sonrisas y se prodigaron palmaditas en la espalda, pero la procesión va por dentro. ¿Qué procesión? Es fácil de entender: a los alcaldes les ha hecho su jefe de filas un flaco favor al convocar las elecciones el 28 de noviembre. Convocarlas antes del verano, como le aconsejaron voces diversas, hubiera distanciado los comicios catalanes de los municipales, con lo que la posible ola de voto convergente ya habría amainado para el 22 de mayo, día en que se abrirán las urnas para la elección de concejales. Pero Montilla dejó pasar el tiempo, y al final ambas convocatorias han quedado separadas por menos de seis meses. La decisión del president ha recortado el margen de maniobra del PSC y multiplicado el riesgo de pérdida de poder municipal. El caso más emblemático es el de la propia Barcelona, donde todo sigue en el aire -Montilla ha evitado avalar a Hereu para que vuelva a presentarse- y el convergente Trias se ha convertido en el favorito de los barceloneses. Los municipios (con la Diputación de Barcelona) han constituido y constituyen la base institucional más sólida de los socialistas. Una base que durante años pusieron al servicio de su estrategia de confrontación con el pujolismo. En la idiosincrasia del núcleo que manda en el PSC (Montilla, por razones obvias, al margen), perder la Generalitat es algo grave pero de consecuencias asumibles. A fin de cuentas, el PSC solo la ha gobernado durante siete años y en coalición. Algo muy distinto supondría perder Barcelona junto con alguno o algunos de los otros grandes ayuntamientos. Si la Diputación de Barcelona también se les escapara de las manos, la tragedia alcanzaría cotas nunca imaginadas.