El tripartito, la consellera de Treball, Mar Serna, ha puesto en marcha un programa piloto para dar un poco de formación a los jóvenes que ni estudian, ni trabajan (ni-ni) y luego proporcionarles un puesto de trabajo subvencionado. Jóvenes en esta situación hay en Catalunya unos 154.000 y el programa piloto se realizará, si el próximo Gobierno no lo impide, con 5.000. Es fácil despreciar la iniciativa destinada a los ni-ni por electoralista (quizá no lo sea, pero lo parece, y mucho) y recordar a continuación las promesas de José Montilla en el 2006, cuando aventuró sonotones para los abuelos y libros gratis a los nietos. Pero el posible electoralismo de la iniciativa no es, en mi opinión, su peor defecto. Tampoco su coste (20 millones, más de 600 si el programa se acabase extendiendo a todos los ni-ni), ni los hándicaps no menores que presenta su diseño, o las serias dudas sobre si va a conseguirse lo que se declara pretender. Lo peor de todo es la filosofía antimeritocrática que el plan encierra y, por consiguiente, también el mensaje que se envía a una sociedad angustiada e irritada al mismo tiempo, una sociedad que acusa en su ánimo los estragos de la ya larga crisis económica. ¿Y qué nos está diciendo el president Montilla al acudir al rescate de los ni-ni, justamente aquellos que, a juicio de muchos, menos se lo merecen? Porque estar en el paro es algo que, por desgracia, depende, en gran parte, de las circunstancias, pero estudiar, tener interés por formarse, no depende de las circunstancias, sino de uno mismo. De echarle ganas, de hacer el esfuerzo. ¿Con qué ánimo va un padre o una madre a inculcar a sus hijos que hay que levantarse pronto, llegar puntuales al instituto y sacar buenas notas para el día de mañana convertirse en un hombre o mujer de provecho? ¿Hay que mimar a los que no quieren pegar sello? ¿Es eso lo que cree José Montilla? ¿Es esa realmente la prioridad? ¿Es ese el tipo de cultura, la cultura de la subvención, la que va a sacar a este país del atolladero en el que se encuentra?