Resulta incontrovertible que, políticamente, la llamémosla ‘operación despegue’ ha resultado un éxito. Es así pese a las dudas surgidas en torno a la actuación del gobierno durante la crisis. Algunos se preguntan, por ejemplo, si había previsto la reacción de los controladores ante los dos decretos aprobados y si, pese a preverlo, el gabinete esperó a que estallara el conflicto para así poder golpear a los controladores y a su sindicato. No son pocos, asimismo, los juristas que ponen en duda la legalidad de la militarización del servicio (no así de la de la declaración del estado de alarma). Aunque éstos y otros interrogantes son razonables y tienen su base, lo cierto es que importan poco. Lo que sí le importa a la gente, que es alérgica a determinados tecnicismos, es que el gobierno español reaccionó enseguida y lo hizo con contundencia. El ejecutivo de Zapatero, que se halla en horas bajísimas, se anotó, como decíamos arriba, un buen tanto, algo que, por otro lado, últimamente no es nada habitual. La prueba del nueve es la forma en que el PP ha reaccionado. Los de Rajoy se han mostrado desconcertados y sin saber cómo darle la vuelta a la tortilla para arremeter contra el ejecutivo socialista. El ciudadano se enfadó, se encolerizó, ante el chantaje de los controladores. Entonces Rubalcaba no sólo dio la cara, situándose bajo los focos –el vicepresidente es considerado por muchos el favorito si el PSOE tuviera que substituir a Zapatero-, sino que logró transmutar el intenso cabreo en halagos y agradecimiento. Que se echara el resto –declaración del estado de alarma- y se recurriera al ejército a ojos de la mayoría no hizo más que añadir motivos para el aplauso. Además, está el ‘factor Robin Hood’. Por regla general los controladores son considerados unos sinvergüenzas que cobran sueldos estratosféricos, disfrutan de incontables prebendas y trabajan lo justo. Por lo tanto, la huelga salvaje fue interpretada, consciente o inconscientemente, como el ataque traicionero de una panda de millonetis contra la gente normal y corriente que suspiraba por unas merecidas vacaciones. Por supuesto, el contexto de durísima crisis económica dificulta la posición de los controladores y favorece al gobierno y a su política de mano dura y de ‘ponerlos en su sitio’. Y en el exterior, ¿cómo lo habrán visto? La claridad y la firmeza con que ha reaccionado el gobierno constituyen un mensaje positivo para la opinión pública internacional y para lo que hemos venido en llamar ‘los mercados’. Pese a la imagen de los aeropuertos abarrotados y los daños al sector turístico, el choque con los controladores le ha venido que ni pintado a un gobierno, el de Zapatero, al que se culpó, y con razón, de haber agravado la crisis económica con sus decisiones titubeantes y a destiempo.