El Govern ha incurrido en su arranque en un buen número de vacilaciones y en algunos errores evidentes. Incluso se ha metido en algún que otro lío espúreo. Sin embargo, el PSC tiene decidido que, por lo menos hasta las municipales del 22 de mayo, va a concentrar su oposición a CiU en los recortes presupuestarios de la Generalitat. El relato pergeñado a tal efecto viene a contar que a los de CiU –los malos- la crisis les viene la mar de bien, pues encuentran en ella una excusa para satisfacer sus bajos instintos, esto es, socavar los sistemas públicos de salud, enseñanza y asistencia social. Ciertamente, puede censurarse esta o aquella decisión, pero no impugnar en su conjunto la necesidad de apretarse, y mucho, el cinturón. La enmienda a la totalidad y sin matices es lo que, paradójicamente, convierte en estéril la crítica y por consiguiente no beneficia en nada ni a quien la emite ni al ciudadano.
José Montilla insistía este fin de semana ante el Consejo Nacional del PSC en el susodicho argumentario. Denunciaba el expresident la “exageración deliberada” del déficit catalán, que el Govern “neoliberal” de CiU estaría empleando torticeramente como “coartada” para justificar el vil tijeretazo. Hace poco, la portavoz adjunta del PSC en el Parlament, Laia Bonet, tildaba los recortes de “ideológicos”.
¿Por qué me parece que este tipo de relato no va a funcionar? Pues porque no es creíble, ya que su tremendismo adolece de bases lo suficientemente sólidas. Primero, el propio Gobierno de José Luis Zapatero ha corroborado la gravedad de la situación en que se encuentra la Generalitat. Como se recordará, la vicepresidenta Salgado llegó a pedir al president Mas que subiera los impuestos a los catalanes. Segundo, Montilla y el PSC han avalado y votado sin rechistar los recortes de Zapatero, mucho más duros y dolorosos que los de CiU. Tercero: quien dejó la Generalitat hecha unos zorros financieramente hablando fue el gobierno Montilla. Cuarto: parte del déficit cabe atribuirlo al ejecutivo de Zapatero, correligionario de Montilla, que incumple pagos y racanea en la financiación de las competencias. Quinto: a ningún político del planeta, Mas incluido, le gusta ser antipático y dar malas noticias, sino que todos se mueren por exactamente lo contrario.
Ya no vale intentar descalificar al adversario llamándole ‘neoliberal’ (que, en el imaginario socialista es un epíteto adyacente a ‘facha’) o presentándose continuamente como los buenos frente a “la derecha”. Montilla, que es un hombre sensato, debería seguir sus propias recomendaciones y no caer en el vicio de la izquierda de arrogarse la superioridad moral. Por descontado, ni a él ni al PSC les ayudará tampoco hacer caso a viejos roqueros como Obiols, quien ha puesto en duda que en Catalunya exista verdadera libertad de prensa porque, a su entender, los medios son en su mayoría de derecha o centroderecha. O sea, malos.