En política es muy difícil llegar a lo más alto y muchas veces requiere talentos digamos que poco ortodoxos. También hace falta una inmensa capacidad de trabajo, montañas de suerte y una ambición, unas ganas de lograrlo, sólo comparables, si acaso, a la de los aventureros capaces de atravesar el Polo Norte con un perrito y un trineo. Pero tan complicado como llegar es dejarlo, irse, largarse sin causar un catastrófico estropicio. Aznar dijo ocho años y a los ocho se fue. Encima, eligió sucesor –Mariano Rajoy- a dedo y todos acataron. Felipe González se demoró demasiado, convirtiendo su despedida en un angustioso barrizal. Pujol invirtió su último mandato en aclararse sobre a quién iba a entregar finalmente el testigo.
Hoy asistimos a dos procesos sucesorios paralelos. Uno real y el otro virtual: el de Montilla y el de Zapatero. Empecemos por el segundo. Incomprensiblemente, un buen día Zapatero dejó caer que puede que sí o puede que no se presente a la reelección en 2012. Y que ya lo tenía claro, pero no pensaba soltar prenda. Sólo le faltó hacernos ‘pam i pipa’. Como sabía cualquier aficionado medio a la política, lo dicho agitó y sigue agitando peligrosamente las aguas de un partido que, por otra parte, parece encaminarse decididamente hacia la derrota electoral. Como Rubalcaba se ha convertido en el hombre fuerte del gobierno, todos le observan. Se suceden las declaraciones ora insinuantes, ora diáfanas. Incluso hay quien, como Carme Chacón, han creído llegado el momento de salir a la palestra. Mientras tanto, Zapatero, fiel a su estilo, un día manda callar y al otro vuelve sobre el asunto.
Pese a todo, Zapatero sigue viviendo en la Moncloa y ocupando la secretaría general del PSOE. Mucho peor le está yendo y le irá a José Montilla, quien no sólo no disputará nuevamente la presidencia de la Generalitat a Mas sino que dejará también la primera secretaría de los socialistas catalanes. El presidente pretende, además, conducir el proceso que ha de desembocar, congreso del partido mediante, a la elección de un nuevo líder. Supe enseguida que eso no iba a funcionar, pues a partir de ese mismo instante, Montilla se convertía en lo que los norteamericanos llaman un ‘lame duck’, un pato cojo, esto es, alguien a quien ya no es necesario obedecer. La primera prueba de ello nos la dio Hereu, que le echó un pulso –las primarias- y lo ganó.
La proximidad de las elecciones municipales adormece ahora al depredador que todos los políticos llevan dentro, pero a partir del 22 de mayo, en el PSC las actuales zancadillas van a convertirse en tortas, empujones y patadas en toda la espinilla. Y abundaran los tipos de torva mirada dispuestos a todo, empezando por coser al César a puñaladas.