Domingo soleado en un pequeño pueblo catalán. Las urnas se han instalado en el ayuntamiento y por megafonía se informa a la gente de que se celebra la consulta sobre la independencia. Los jóvenes han colgado algunas pancartas aquí y allá. Dos mujeres ya mayores se cruzan en la plaza: «¿Ya has ido a votar?», pregunta una en tono festivo. «Sí, sí, a primera hora». El alcalde es socialista. En ese pueblo, situado en la provincia de Tarragona, votaron cuatro de cada 10 personas con derecho a hacerlo. En el conjunto de Catalunya las papeletas han sido más de 880.000. En Barcelona se han superado las 250.000. La primera constatación es obvia: algo en lo que participan cientos de miles de catalanes de todas las edades y condiciones debe ser tomado en serio. La segunda, también: las consultas y las sucesivas encuestas indican que el independentismo sigue siendo minoritario. No obstante, la idea del derecho a la autodeterminación y a poder optar por la independencia ha ganado terreno en estos años. El independentismo cuenta con más predicamento entre las élites que entre la ciudadanía de a pie, pero ¿no ocurre siempre? El rechazo a la actual situación está calando al mismo tiempo que los hechos dejan al autonomismo y al federalismo (si es que cabe distinguir entre uno y otro) cada vez con menos argumentos y argumentadores. En las últimas semanas hemos asistido a la deserción del intelectual más sólido y eficaz del bando no independentista: Jordi Pujol, quien, como Artur Mas y casi todo su Ejecutivo, participó en la consulta. Pese a todo, ayer el Parlament tumbó la propuesta de los agitadores de Solidaritat a favor de la independencia exprés. CiU se abstuvo. «¡Contradicción!», claman con enojo independentistas y –curiosamente– también los que rechazan la autodeterminación y la independencia. No tienen razón. O digamos que las explicaciones de Mas y cía parecen difíciles de impugnar. A saber: a) la independencia no está en el programa de CiU –la cual agrupa distintas sensibilidades, suma que está en la base de su fuerza– ni CiU es independentista; b) no es momento para un pulso al Estado que Catalunya perdería estrepitosamente, y c) no existe la amplia mayoría imprescindible para plantear una posible ruptura, algo que, de impulsarse ahora, dividiría gravemente la sociedad. ¿Por qué, entonces, Mas y muchos consejeros votaron? Entre otros motivos, porque las consultas forman parte de un impulso que reivindica la autodeterminación, el derecho a decidir, que sí defiende CiU. Son una palanca simbólica, una medio, una pedagogía. Si Catalunya estuviera lista para ejercer la autodeterminación, sobrarían consultas y habría llegado la hora de preguntarse, entonces de verdad, si el divorcio nos conviene o no nos conviene.